Por Lucas Cortiana

Chivilcoy, el carnaval y los ídolos

La cultura carnavalesca y la proliferación de dioses populares.
domingo, 26 de febrero de 2023 · 02:16

Por unos días, Chivilcoy se convirtió en la capital del politeísmo festivo y la Plaza Principal en su ruidoso templo carnavalesco. En alguna época, ni medieval ni inquisitoria, más bien cercana y familiar, de una Chivilcoy con más calles de tierras, de una estatua de Coria centrípeta cuya circunvalación era una sola órbita acotada de vecinos que se conocían entre sí, de los barrios primitivos, de los tradicionalismos ancestrales, hubiese sido impensado el catálogo de dioses terrenales y paganos que los herederos de esta ciudad veneran. Esta región del mundo, de un arraigo religioso judeo-cristiano profundo, ha variado su pensamiento, en ocasiones, sin siquiera notarlo, seducida por costumbres invasoras, y a veces, consciente de sus propias pretensiones.

El carnaval de Chivilcoy no es el origen de las idolatrías, ningún carnaval lo es, pero presenta similares características con las festividades en honor a Dionisio, dios griego del vino, con sus procesiones en carretas-barcos (hoy emuladas por fastuosas carrozas) y a su paralelo romano en las bacanales que se caracterizaban por el libertinaje, el alboroto y las borracheras (“producen versos escandalosos, de intensión descarnada” —decía LA RAZÓN, allá por febrero de 1934 —, “al extremo que muchas personas, prevenidas, desalojan a la murga tan pronto como se insinúa la posibilidad de que den rienda suelta a sus canciones”), o las lupercales al dios Fauno o los atávicos rituales egipcios al dios Apis. No es extraño, sin embargo, que el corso pasee por la calle de la iglesia ni que el rey Momo sea coronado frente a los evangelistas mártires que ornamentan la casa católica, ya que la Iglesia (con mayúscula institucionalizada), tras no poder abolirlas, adoptó aquellas celebraciones como propias proveyéndoles motivos cristianos. Vale decir que cuando una estructura estable y conservadora dota de carácter de legítimo algo que contradice sus valores, sus cimientos se vuelven inestables y sus dogmas, sofismas permeables a cualquier consideración personal o circunstancial. ¿Estas filtraciones habilitaron a la creación de cualquier dios laico o la creación de dioses ya inherente al ser humano solo esperaba la venia? ¿Cómo convive una sociedad monoteísta con la multiplicidad de deidades modernas?

La proliferación de ídolos está ligada a las culturas populares. En los sesenta, los tranvías londinenses cargaban por toda la ciudad los grafitis que aseguraban que “Clapton is God”; en nuestro país, Gilda, Pappo o Rodrigo tienen sus monumentos, altares y santuarios; las divas son Susana, Moria y Mirtha; Maradona tiene su iglesia, y Messi, por una coincidencia parónima es llamado “Mesías”. Se entrelazan, se funden y fusionan, los dioses corrientes con los dioses de alguna mitología foránea, porque nuestras calles contienen sacerdotes en cuero que festejan mundiales de fútbol, nuestros murgueros redoblan y marchan porque la jurisdicción de Baco comprende el bullicio, los muchachos se tatúan ídolos que alzan copas y ponen en el panteón al arquero que ataja penales junto a Cristo y el Gauchito. En las vueltas a la plaza, acaso un desfile babilónico, priman las pasiones e irracionalidades, porque el hombre que postea en sus redes suele ser aquel mismo hombre arcaico que bailaba alrededor de un fuego. De allí que sean ostensibles las contradicciones, como arbitrarias las elecciones de una sociedad que presume vivir “sin dios ni patrón ni marido” pero a cada vuelta olímpica o a cada noche de verano de Anay Kará ensayan una veneración junto a una batucada.

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