Opinión

Abuso y violación: un llamado a mirar más para adentro

Por Jimena Villar
domingo, 6 de marzo de 2022 · 01:30

El primer pene de un hombre adulto que vi en mi vida fue a los 7 años, mientras jugaba con amigas en la calle de 9 de Julio y Vicente Loveira. “Jorge” se masturbó delante de nosotras y por instinto o miedo salimos corriendo. A los 13 fui al corso con una amiga, nos encerró un grupo de chicos de nuestra edad que nos llenó los ojos y la cara de espuma y nos manoseó todo el cuerpo hasta que mi papá nos rescató. A los 18 fui a bailar a Pedernales, y cuando entraba al bar un completo desconocido me metió la mano adentro de la remera y el corpiño. El papá de una amiga de la infancia siempre fue tremendo “mano larga” y con otras amigas nos compartíamos las tácticas para no estar cerca de él y evitar sus abrazos cariñosos y eternos (que ninguna le pedía, por supuesto). A los veintipico un novio me forzó dos veces a tener relaciones sexuales, aún habiendo dicho claramente que no, e intentado sin éxito zafarme de él. Años después entendí que eso también se llama violación. Otro novio me pegó una piña en las costillas cuando lo eché de mi casa porque estaba ejerciendo violencia psicológica hacia mí. La primera vez que salí del país fue por trabajo a Brasil. Allí mis dos jefes, ambos directores de un organismo del Estado me dijeron “no te preocupes que te vamos a cuidar, en todo caso te co…mos nosotros”.

Los acosos callejeros son incontables, tipos que me han seguido caminando, en moto, en auto y que cesaron solo cuando llegué a donde me dirigía. En CABA cuando tenía 21 años, desde un grupo de motoqueros que tomaba cerveza en la vereda de los 36 Billares sobre calle Rivadavia me peguntaron si yo “tragaba o escupía”, y al no responder dijeron: “seguro la tragás, puta”. Vínculos poco sanos, violencia psicológica y maltrato también entran en una gran caja de los recuerdos horribles de mi vida y de tipos nefastos con los que me relacioné, pero así con todo, debo decir que soy una mujer con suerte. Porque nunca me violaron en grupo, ni me secuestraron, violaron y mataron para festejar la jubilación de un comisario de la bonaerense, ni me metieron en una casa para violarme y matarme junto a mi cuñada cuando íbamos a inglés, ni me invitaron a una fiesta con el propósito de violarme entre amigos, ni me empalaron, ni cortaron mi cuerpo, ni lo esparcieron en baldíos, ni me dejaron abandonada al lado de la vía, ni me prendieron fuego viva, ni me mataron por estar embarazada. Tampoco nadie de mi familia o persona de confianza me abusó durante la niñez y adolescencia, ni estuve cerca de gente peligrosa. Tuve mucha suerte.

Mis vivencias no son únicas y las cuento porque sé que no son solo mías sino colectivas. La mayor parte de las mujeres hemos sufrido un abuso de cualquier tipo a lo largo de nuestra vida. Muchas cosas la mente las olvida para protegernos, otras, se develan ante un estímulo, un recuerdo, algo que se revive, en una charla con una amiga… Y tantas otras nos la hizo ver la perspectiva feminista.

Quiero pedirles encarecidamente a los varones heterosexuales que se sienten a pensar cuántos hechos similares a estos sufrieron a lo largo de su vida, y si les ocurrió algo así, de qué género fue quien lo hizo. Yo les cuento que a mi propio abuelo lo tocó un cura, él se defendió pegándole y mi bisabuela no solo no pudo creerlo, sino que hasta se disculpó con el clérigo.

Y por si quedan dudas, con esto no digo que no haya mujeres abusadoras y violentas, y de hecho atribuirnos un don de bondad y amabilidad por el solo hecho de nuestra feminidad es también una postura machista. Ahora bien, cuántos violadores y femicidas hay por cada Nahir Galarza, Magdalena Espósito y Abril Páez. Y no menciono esto por competencia, sino porque son números de la realidad, estemos dispuestos o no a reconocerlos.

El tema de la semana es la violación de una chica por parte de seis varones en Palermo, a plena luz del día, con total impunidad y desparpajo. Varones. Ni enfermos, ni psicópatas, ni animales, ni monstruos. Y si bien sé que existen patologías, sé que hay violadores seriales irrecuperables, pedófilos y tantos otros diagnósticos, debe reconocerse que también hay varones que por una sumatoria de causas y estructuras sociales cometen estos actos horripilantes. Caso contrario, en este mundo habría que declarar una nueva pandemia, porque no puede ser posible que todo lo que a mí y a mis congéneres nos ha ocurrido y nos sigue pasando sea solamente obra de trastornados mentales. Y no estoy diciendo que todos los hombres sean violadores y femicidas, pero no todos los violadores y femicidas son necesariamente psicópatas o sociópatas.

Me angustia que aún, a pesar de las estadísticas, las pruebas, las noticias, las pibas que no vuelven o las que vuelven rotas, tengamos que seguir teniendo en consideración no ofender a los varones, porque muchos son buenos padres, hermanos, primos y amigos. Disculpen por no dejarlo claro en cada publicación y en cada noticia, pero mientras nos detenemos en esos chiquitajes estas cosas siguen pasando. Por qué en vez de salir a levantar la estatua de oro del hombre no violador y honrado, no sumamos fuerzas para que la clase de basuras inmorales que cometen estos actos dejen de gozar de sus privilegios, sean del estrato social que sea. Hablar entre amigos, condenar o dejar de ser amigo de aquel que le pega a su novia, o que no se hace cargo de sus hijos, buscar ayuda si piensan que no pueden controlar ciertos impulsos o ira, repensar la masculinidad, hacer una introspección, revisar el propio pasado. Todos y todas tenemos rasgos machistas, incluso mujeres y diversidades, y reconocerlo ya es un paso enorme.

Hoy hablamos del horror de Palermo, pero ¿cuántos casos más hubo, hay y habrá? Esto que ocurre es mucho más grande de lo que nos imaginamos y nos atraviesa a todos, estemos o no deconstruidos. Creo firmemente que algo ocurre en las masculinidades y si bien, como ya dije, no eximo los casos particulares de mujeres que han cometido crímenes aberrantes, sostengo que sigue habiendo una estructura de poder y de privilegio que conlleva a que la mayor parte de estos hechos sean perpetrados por varones “hijos sanos del patriarcado”, como se dice. Muchos de estos con la venia o el silencio de mujeres, como lo vemos diariamente en la política y la función pública. Y ni hablar de los aliades feministas, que con una mano twittean “se va a caer” o “no estás sola” y con la otra menosprecian a mujeres que no siguen su línea partidaria, diciéndoles feas, gordas (que de por sí no es un insulto), borrachas, locas o yeguas. Yo veo violencia también en esos varones que me venden deconstrucción.

Propongo aportar nuestro grano de arena, como ya dije. Charlar e incluso hacer preguntas incómodas a quienes queremos ante situaciones extrañas o que den lugar a alguna sospecha. Repensar con quiénes nos vinculamos, hacer uso de las pocas (poquísimas) herramientas del Estado. Por supuesto que es mucho lo que no depende de nosotros, hay un cambio cultural necesario que debe ocurrir como sucede también en otros ámbitos. Hay también, como escuchaba hace unos días a un criminólogo en un space de Twitter, personas ya predispuestas psíquicamente a delinquir de esta forma. Aun así, la parte “más fácil” que es hablar con nuestros pares, amigos, hijos, familiares, compañeros de trabajo es un aporte valiosísimo que invito a hacer. Y por las dudas una vez más: no, no todos los varones son violadores.

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