El 26 de junio de 2022

La Unión Cívica Radical cumplió 131 años al servicio de la República

Por: Raúl Alfredo Galván
miércoles, 29 de junio de 2022 · 08:00

El 26 de junio de 1891, el almanaque marca el nacimiento de la Unión Cívica Radical. Su alumbramiento no proviene de un acto ni de un golpe de Estado. Su parto fueron tres revoluciones  (1890, 1893 y 1905), cual cráter ardiente de donde salieron las expresiones sulfurosas de la protesta que atravesó tres siglos.

Cuando una idea nace para emancipar al hombre, esa idea nunca muere, porque está acrisolada en el yunque de las creencias que trascienden las generaciones.

Las vehemencias revolucionarias se fueron transformando con el tiempo, vino una prolongada abstención, a la vez que nacían las pasiones viriles de la conquista del sufragio, con Hipólito Yrigoyen como guía luminoso –como lo fue antes Leandro N. Alem- y así, dotar a la Constitución Nacional del atributo que le faltaba desde su sanción: la representación popular de la república.

Como expresión mayoritaria y democrática el radicalismo –sin mengua de otros partidos- contribuye a que el país vaya conformando su fisonomía republicana y a la vez social. Era fundamental la libertad, pero también era indispensable la igualdad. La misión fundacional de una corriente política como el radicalismo era emancipar al hombre en su totalidad, en lo espiritual como en lo material, de todas las formas de grandeza de su condición humana.

El radicalismo coloca en el vértice al hombre concreto, no postula un pueblo en abstracto, pero tampoco concibe una política sin ideal. Sobre las bases de estos principios dio forma a las primeras leyes sociales para dignificar a los desposeídos.

Impulsó la Reforma Universitaria, fue pedestal del prestigio internacional, defensor inclaudicable de la autonomía de los pueblos y de la soberanía nacional, su vigor y permanencia dependió de la fuerza de su temperamento. Cuando en la disputa dialéctica entre el ideal y el poder venció éste, se volvió anémica la conciencia histórica del radicalismo. Los jóvenes deben saber que el poder es pasajero, que lo único que acompaña a un hombre toda su vida es el ideal., ese afán permanente de mirar el futuro para servir mejor a los demás hombres y a la nación, y que motoriza y da sentido a la lucha por la vida.

En su dilatada existencia, la Unión Cívica Radical estuvo más en el llano que en el gobierno. No exento de errores, el radicalismo llevó siempre bien alto la bandera de la dignidad y la decencia y nunca enajenó al país. Conoció la dureza de la lucha, el sabor amargo de las proscripciones y las cárceles, la amargura de la derrota, como puede decir con altivez que luchó, como ninguno, contra todas las dictaduras.

Los Derechos Humanos nunca fueron una consigna partidaria, ni menos una aparcería de grupos minoritarios que hoy justifican la violencia y las dictaduras, sino un mandato histórico que nace en el fondo de la historia: “todos los hombres nacen libres e iguales”. El gran escritor Ricardo Rojas, que fue encarcelado por la dictadura que derrocó a Yrigoyen en la lúgubre cárcel de Ushuaia cuando se afilió al radicalismo, supo resumir la historia y los principios que sostienen a la Unión Cívica Radical: “Nuestra revolución de 1810 postuló entre sus principios la “emancipación del hombre” y en nuestra Constitución de 1853 “el bienestar general”.

Estas líneas no son el producto de la nostalgia, sino del deber de un creyente. Quien ha militado la mitad de la historia del radicalismo no puede renegar de sus convicciones ni ser ingrato de lo que ha recibido de su partido. Sin altisonancias, la política como actitud de vida “es un apostolado” –al decir de José Martí- es una marcha forzada, una carrera de resistencia, un torrente de pasiones, un combate sin cuartel, un saborear de amarguras y un escudo de decoro, donde se da la mejor sangre de nuestras venas. Y es también un deber de ciudadano.

A algún joven radical le diría que soy consciente que vive en un tiempo distinto a los años que milité con vigor. La imagen de la televisión ha reemplazado a la tribuna, ya no hay oradores, hay comentaristas. A pesar de ello hay que seguir bregando por el radicalismo, que como creencia y como partido, la democracia te necesita: en su ausencia vienen los hombre providenciales, los aventureros detrás de un maquillaje, las dictaduras de todo signo, los “feudos” autoritarios, como existen en algunas provincias como la nuestra; las corporaciones económicas que no tienen alma, una sociedad apática, una opinión pública condicionada y temerosa de los poderosos; una prensa miedosa.

La democracia deja de ser vigorosa y se descree de ella, cae de golpe en un hondo letargo o sopor y no ejerce más función vital que la de soñar que vive.

Toda esta enorme tarea de cambio, de estudio primero, de discusión luego y de realización después, constituye la mejor empresa a que pueda dedicarse la nueva generación. La nación argentina es una tarea a cumplir, un problema a resolver, un deber.

¡Honremos a los que dieron su vida por la Unión Cívica Radical. Es hora que los jóvenes se pongan la camisa al codo, hundan las manos en la masa, y con la levadura del sudor de sus frentes, modelen en el taller de sus sueños la Argentina del porvenir. ¡Que sólo con el fuego del corazón se deshielan las gélidas conciencias de los descreídos y pesimistas!

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