Chivilcoy en el contexto nacional e internacional.

lunes, 22 de octubre de 2007 · 01:23

El año 1989 es el del éxodo de los alemanes del Este y de la caída del muro de Berlín. Seguirá en 1991, la disolución de la Unión Soviética. ¿Qué pasó? Para evocarlo, seguiré las palabras de Juan Pablo II que ha consagrado una sección de su encíclica Centesimus Annus, de 1991 a estos hechos.

¿Qué pasó en 1989? Esa es la pregunta que se hace el Papa. De hecho, su pregunta no se refiere únicamente a 1989, sino a toda la década de 1980 (a lo que ha sucedido en el resto del mundo, en América Latina, en Africa, desde los primeros años de la década de 1980). Es cierto, sin embargo, que en Europa han ocurrido cosas más espectaculares en 1989, y en los años siguientes. Se ha dado una vuelta inesperada y prometedora.

Se trata, dice Juan Pablo II, de un proceso de democratización. En América Latina se habla de "redemocratización". A lo largo de la década de 1980, iban cayendo uno por uno en países de América Latina, Africa y Asia ciertos regímenes dictatoriales y opresores. En otros casos, se daba el comienzo de un difícil pero fecundo camino de transición hacia formas más justas y de mayor participación. Este proceso continuó durante todo el decenio y se extendió a Europa Central y Oriental. Para el Papa, como para todos nosotros, la palabra "democratización" quiere decir retroceso del autoritarismo y progreso de la participación, dos rasgos de democracia.

Después hay aspectos más particulares, destacados por el Papa, que tienen que ver con la defensa del trabajo, la libertad y la cultura.

En esa década, para ser más precisos en 1983, la democracia también retorna a nuestro país y Raúl Alfonsín (UCR), que asume la primera magistratura del país, se convierte en la esperanza de 30 millones de argentinos. En un juicio histórico, son condenados los responsables de los crímenes cometidos durante el período del gobierno militar. Y a pesar de que las libertades públicas son defendidas y los derechos humanos son respetados, víctima de su propia incapacidad para resolver problemas económicos, en el marco de una hiperinflación absolutamente absurda e incontrolable, varios meses antes de culminar su mandato, Alfonsín debe entregar el mando presidencial a su sucesor. Así asume Carlos Menem (PJ-ganador de las elecciones de 1989), quien luego de varios intentos frustrados para frenar la hiperinflación y de cambiar diversos ministros de Economía, establece la paridad 1 peso es igual a 1 dólar. Y comienza un proceso de inversiones como nunca antes habías habido en el país. Se privatizan prácticamente todas las empresas del Estado y se vive "una primavera" de alto poder de consumo de la clase media y los trabajadores. Ello le permite al Presidente ser reelecto en 1995. Pero dos años más tarde, su tozudez por mantener inamovible el tipo de cambio; las graves denuncias por corrupción que golpean a su Gobierno y, al mismo tiempo, sus intentos reeleccionistas, terminan por llevar al cierre de miles de empresas en todo el país, con índices de desocupación superiores al 18%. Como era de esperar, en 1999, la gente optó por votar a la oposición y es así como la Alianza (UCR-Frepaso) logra triunfar en los comicios y el porteño Fernando de la Rúa junto a Carlos "Chacho" Alvarez, asumen la conducción de la Nación.


"Llegó la etapa de la transparencia", decían algunos, en clara alusión a los hechos de corrupción que se le imputaron al Gobierno anterior. Sin embargo, dos años más tarde, en medio de algunas muertes, desorden político e institucional y con un país sin rumbo, De la Rúa debe salir con un helicóptero de la terraza de la Casa Rosada, renunciando a la primera magistratura, dando continuidad a un ciclo histórico de gobiernos radicales iniciado en 1930, con Hipólito Yrigoyen sin terminar (por circunstancias que serían muy extensas enumerar) sus respectivos mandatos constitucionales. Luego, se abrió un interregno, en el que se sucedieron varios presidentes; todos de mandato efímero, hasta que llegó Eduardo Duhalde, quien con el respaldo del poderoso PJ bonaerense, pudo dar elecciones e imponer a su candidato, el santacruceño Néstor Kirchner, quien hoy ocupa la Presidencia de la Nación. En ese momento, Argentina había perdido lo último que le quedaba; la moneda. Había en circulación 23 "cuasimonedas". Un disparate para cualquier economía del mundo, pero aquí sirvieron para evitar que Argentina "se incendiara".

En medio de ese fárrago político, se desenvolvió la vida de nuestro país y como no podía ser de otra manera, Chivilcoy, que está en la provincia de Buenos Aires y ésta en la Argentina, no podía salir indemne de ese desorden. En ese contexto de chatura casi total para gobernar el país, no podía esperarse algo mucho mejor para los distritos del interior como es el nuestro.

Desocupados; comedores sociales; descontentos de los trabajadores estatales por los bajos salarios; cierre de industrias y comercios; falta de inversión pública y privada, con todo lo que ello significa, es el saldo que deja -hasta el momento- esta endeble democracia que "supimos conseguir" y que, entre todos, tenemos la obligación de consolidar.

Pero no todo debe ser cargado con una cuota de pesimismo demasiada pesada. En Chivilcoy, "al amparo", de algunos funcionarios provinciales oriundos de nuestra ciudad, han surgido ciertos indicios que nos hacen mirar el futuro inmediato con un moderado optimismo. Tal vez, no todos los problemas que presenta nuestra ciudad -falta de oportunidades, demasiadas calles de tierra; altos índices poblacionales sin servicios esenciales (agua y cloacas); localidades rurales con serios inconvenientes para poder subsistir- se puedan solucionar en lo inmediato, pero todo parece indicar que algunas señales han surgido en el horizonte y es probable que se pongan en marcha algunas obras que, si bien no constituirán soluciones para todos, al menos serán importantes respuestas para las demandas de muchos.

Ojalá, dentro de algunos años, cuando alguien relea este libro, pueda decir que estas cosas que señalamos del Chivilcoy del sesquicentenario, constituyan hechos del pasado y sólo sean un mal recuerdo que debe adjudicarse al contexto propio de un país que llegó a estar entre los siete primeros del mundo y que, luego, como consecuencia de los sucesivos "desgobiernos", cayó a niveles absolutamente impensados para quienes un día, desde el otro lado del mar, llegaron a estas tierras en búsqueda de un futuro promisorio para ellos, para sus hijos y para las generaciones futuras.
 

Comentarios