Dr. Diego Fausto Gutiérrez
Acaba de cumplir 60 años, casado con una médica rionegrina y padre de mellizas, Diego Fausto Gutiérrez, ha sido el médico chivilcoyano que más trascendió a nivel internacional, habiendo trabajado junto a dos eminencias como Christian Barnard en Sudáfrica y René Favaloro en la Fundación que hoy lo tiene como jefe de servicio.
Hijo del médico-gaucho Raúl Gutiérrez heredó de su padre mucha de su bonhomía, su buen humor y su entrega a la medicina, inclusive hasta algo de lírico, dejando una oferta económica millonaria en dólares en Sudáfrica de Barnard, para volver a sus afectos en el campo, el café, los amigos, "porque la distancia es brava y se me escaparon varios lagrimones", reconoce.
Surgido de la desaparecida Escuela Nº 1, fue bachiller egresado del Colegio Nacional, desde donde emigró hacia la Universidad de Buenos Aires desoyendo los consejos del viejo Raúl.
Con el título en la mano ganó el concurso de cardiopatía congénita infantil del Hospital Ricardo Gutiérrez, siendo el primer residente de cirugía cardiovascular pediátrica del país. Hasta que en 1978, tuvo que dejar el Hospital de Niños a raíz de una decisión del Gobierno militar, y aceptó una invitación para sumarse al servicio de Barnard en Sudáfrica.
Nuevamente en la Argentina creó el servicio cardiovascular de niños del Hospital de Niños de La Plata el que mantuvo durante 9 años; entre 1989-1992 asume como jefe de servicio de cardiología en el Hospital Garraham, hasta que el Dr. René Favaloro lo convoca para formar un equipo en la Fundación, donde está hasta estos días, operando a "quienes tienen o no, recursos económicos", como se lo marcó Favaloro.
Miles de corazones
Miles de corazones de niños pasaron por sus manos, no puede precisar la cifra concreta, entre argentinos, sudafricanos y norteamericanos, países que reconocen su capacidad.
Gutiérrez reconoce que Barnard y Favaloro impresionaban y fueron personas no heredables, porque ambos fueron creadores de operaciones cardiovasculares innovadores, como el primer transplante del mundo y la cirugía del by-pass respectivamente, de quienes aprendió mucho.
Felíz con poco, se considera una copia mala de su padre y sus constantes viajes y cursos de capacitación lo fueron alejando de sus perros, del campo, sus amigos, con los que espera terminar sus días, "no quiero morir en un quirófano, salvo que me agarre algún colega" ironizó sobre el momento de definir el retiro.
Conciente de que en sus manos está la vida de un niño, a "Don Diego" como le dicen en la Fundación, no le transpiran las manos al entrar al quirófano, porque sabe sin reconocerlo, de su capacidad y su corazón, el de un médico gaucho, nacido en Chivilcoy.