Opinión
Orgullo baladí
Por: Diego ManusovichVarios economistas de distinto pelaje afirman que “Argentina produce alimentos para 400 millones de personas en el mundo”. Más allá del cálculo de calorías diarias versus cantidad de habitantes que sustenta esta afirmación y teniendo en cuenta que la mayoría de los alimentos que exportamos son para consumo animal y no para humanos directamente, la información es útil.
Cuando analizamos estos 400 millones de personas a las que alimentamos y la calidad de vida de nuestra población de 47 millones de argentinos, no podemos menos que agarrarnos la cabeza.
Nuestros índices de pobreza, que cada vez se hacen más monstruosos, no dejan de interpelarnos acerca de cómo es posible que semejante potencia alimenticia tenga al 70% hoy de sus compatriotas sumergidos. Cuando hablo de tamaño porcentaje, no quiero naturalizar que un 5% también sería un verdadero escándalo.
Pero entonces ¿cómo es que no podemos resolver esta polarización tan abismal de la proporcionalidad de los beneficios de nuestra tierra y nuestras ventajas geográficas?
No lo sé explicar en términos muy precisos, pero tengo la sensación de que cerrando el Inadi, licuando el presupuesto para el CONICET y desfinanciando a nuestras universidades públicas, no vamos a resolver el problema.
El acting de talar el Estado para desprenderse de trabajadores, no parece ser el foco real del problema. Por supuesto que revisar el presupuesto y cada área del Estado es una función importantísima para que entre todos cuidemos el destino estratégico de nuestro esfuerzo económico común, pero creo que la discusión pasa por otro lado: evasión de las grandes empresas, recaudación de pocas divisas, bajas retenciones a quienes exportan en moneda dura, etc.
Exportar al mundo millones de toneladas de alimentos es un orgullo baladí si la pobreza estructural ya es una evidente y desgraciada causa perdida.
Seguimos pensando.