Opinión
Incurable
Por Carlos H. LapentaEl presidente Milei criticó acremente al expresidente Raúl Alfonsín. Lo hizo de manera despiadada, tal como es su costumbre. Tampoco puede extrañar eso de alguien que no tiene límites para la injuria y que apela a la ofensa como su estrategia política preferida.
Lo hace sabiendo que es impermeable a las críticas. Nada le importa lo que digan de él, no le duele tanto eso como no escuchar alabanzas hacia su persona. Eso lo descoloca y lo altera en la evidencia más palpable de su intolerancia a quien tiene otra óptica para ver las cosas. Y, sinceramente, sólo los advenedizos pueden disimular sus prosaicas actitudes.
La historia argentina, lamentablemente, tiene una rica estadística sobre los golpes de estado en el país, interrupciones democráticas que con el paso del tiempo fueron convirtiéndose como hechos naturales de resignación del pueblo.
El presidente Milei no vivió esos tiempos. El último golpe de Estado se produjo cuando él tenía sólo 5 años. Vivir una (o dos o tres) dictaduras no es lo mismo que leer historias de dictaduras.
Cuando el actual presidente aún jugaba con soldaditos de plástico, Alfonsín enfrentaba con su propio coraje a los jefes de los soldaditos de carne y hueso que cumplían órdenes secuestrando, matando y ofendiendo la dignidad de los argentinos. El presidente Milei era muy chico para comprender qué significaba todo eso. Evidentemente hoy tampoco lo entiende y prefiere ofender antes que aprender.
Recordar a Alfonsín en sus discursos asegurando que después de su gobierno se terminarían los golpes de estado en la Argentina parecía más una profecía que una realidad. Era impensado que pudieran terminarse definitivamente las interrupciones democráticas en la Argentina. Sin embargo así fue y quien preside el país mucho debería agradecer a quien él se niega a reconocer como padre de la democracia. Nadie lo obliga a hacerlo. La psicología define esa personalidad como narcisismo psicopático. Y lo peor es que no tiene cura.