Opinión
El Estado Emprendedor en la Industria Cultural
Por: Marcelo García Licenciado en Ciencias de la Comunicación –UBA-, docente de la Universidad Tecnológica Nacional –FRSN-, en la cátedra de Organización Industrial I y Tecnología y Sociedad.Aunque aparezca actualmente como una moda intelectual, el libro de Mariana Mazzucato tiene ganado su lugar. La popularidad de El Estado emprendedor (mitos del sector público frente al privado) obedece a que desenmascara con estudios de casos y conceptualización teórica la idea que ha logrado instalar la derecha en el mundo y, por supuesto, en Argentina: un Estado improductivo, burocrático y oneroso; y un sector privado innovador, productivo y arriesgado.
Sin embargo, ambos sectores han trabajado imbricadamente para generar el mundo tecnológico de hoy. Lejos de las fábulas de los ‘emprendedores de garage’, que con su sola imaginación y esfuerzo han logrado montar grandes imperios empresariales, el libro muestra los aportes que han recibido del sector público en recursos financieros, tecnológicos y humanos. Cierto que los grandes empresarios argentinos tampoco quedan afuera de esta lógica: se beneficiaron de las políticas de desarrollo, de la ‘patria contratista’, de subsidios o de protección de mercado. Así y todo, tanto unos como otros cuestionan luego los aportes impositivos.
El mito de la derecha oculta una triple verdad: riesgos públicos, pérdidas socializadas, ganancias privatizadas. Es decir, el Estado asume los riesgos en investigación, tanto los casos fallidos como los exitosos son pagados por los contribuyentes, pero los empresarios se apropian de esos avances y escamotean los aportes impositivos.
Agrega Mazzucatto: “En lugar de enmarcar la toma de riesgo por parte del Estado en el esquema habitual de ‘los fallos del mercado’ –en los que el Estado actúa como un parche inerte en las áreas que el mercado no satisface-, se introduce el concepto de asunción emprendedora de riesgo. El Estado no ‘elimina el riesgo’, como si tuviera una ‘varita mágica’ que lo hiciera desaparecer. Se hace cargo del riesgo, moldeando y creando nuevos mercados.” (39-40)
Esta perspectiva, estudiada por la autora en la industria tecnológica y farmacéutica, puede utilizarse para pensar el desarrollo de la Industria Cultural. Por supuesto que existen producciones culturales que no precisan el aporte directo del Estado, porque tienen un mercado desarrollado. Pero indirectamente se ven beneficiadas por los recursos que invierte el Estado en formación de Recursos Humanos, en infraestructura y en audiencias.
Más allá de las discusiones que puede haber sobre cómo se determinan los concursos para auspiciar tal obra o tal película, la cantidad de espectadores que luego tiene no es una variable única con que pueda evaluarse esa inversión, pues justamente es el Estado quien puede solventar inversiones de riesgo que exploren nuevas estéticas, óperas primas, o búsquedas experimentales; de allí luego salen materiales, artistas y técnicos que alimentan nuestra industria cultural.
La autora también advierte que las experiencias de un Estado emprendedor ‘exitoso’ se da cuando el espíritu de cambio e innovación se inserta dentro de la dinámica de las distintas dependencias del sector público, y cuando éste se nutre de personal capacitado y de carrera. El Estado invierte en cultura, no gasta.