Opinión
¿Estado de bienestar?
Un hilo de la madeja electoral de las PASO es, sin lugar a duda, el rol que le asignan los votantes al Estado en la vida cotidiana.Cuando los lagos y ríos pierden su caudal aparecen los desperdicios en su lecho: neumáticos, bicicletas, latas oxidadas. Cuando la facturación, la rentabilidad o el salario merma en cualquier comunidad empiezan a cuestionarse los costos asociados: la energía eléctrica, los salarios de los trabajadores, las cargas sociales, los tributos de toda índole.
La actual situación económica que para muchos resulta asfixiante es el prefacio del cuestionamiento del Estado a mansalva: el costo de mantener la ciencia, el sistema sanitario, la educación gratuita o los trabajadores del municipio. Cuando baja el agua o cuando las condiciones de vida se recienten por mucho tiempo los cuestionamientos a la estructura de lo público son como brasas encendidas.
En tiempos de bonanza tributar nuestro aporte a lo colectivo representa un esfuerzo que suele disimularse, pero la pregunta debería estar presente siempre: ¿tenemos el mejor Estado posible?
En esta era en donde la tecnologización y la inmediatez parecen ser las formas en que interactuamos cotidianamente, muchas veces los Estados quedan atrapados en una inercia pesada lejos de la gente común.
Los turnos dilatados en las prestaciones de salud, la calidad y cantidad de la atención de guardia, el tedio de lograr respuestas a reclamos de mínima infraestructura barrial, la falta de experiencias potentes de aprendizaje en las escuelas públicas, las demoras y las prebendas en el sistema judicial, la indefensión ciudadana frente al aumento indiscriminado de los precios, etc. el listado puede seguir varios párrafos más.
La sensación de que semejante estructura de personas y recursos materiales se queda a mitad de camino puede ser una de las posibles explicaciones del hartazgo social a la hora de velar por la atención del pueblo.
Parece ser que en estos tiempos no es suficiente (obviamente que no) entregar una tarjeta con dinero para salir del abandono a personas caídas del sistema o créditos blandos para PyMes que no terminan de fortalecer una estructura que no es sólo económica.
Los Estados deben recalibrar su presencia y no sólo eficientizar sus procesos, sino comprender el fenómeno de subdesarrollo de un país que está siempre a mitad de camino. La metáfora sería la siguiente: creer que poner semáforos es la forma de regular la actividad vial en Chivilcoy, responde a un paradigma racional de hace 30 años. Hoy, la convivencia en los espacios públicos requiere de una intervención educativa mucho más intensa y compleja, pero se puede lograr.
Muchas veces se trata de escuchar, investigar y aprender qué les pasa a las sociedades complejas de hoy. Ya no basta con nuestras herramientas de análisis vetustas, debemos replantear las formas en que nuestros Estados interactúan en forma potente con cada ciudadano.
Lo contrario sería alimentar el fervor mesiánico por su contracción definitiva.
Seguimos pensando.