Lucas Cortiana
Alfajores
El Mundial del Alfajor que se realiza en Buenos Aires es la excusa ideal para pensar en el paladar argentino, sus comidas, golosinas y sensaciones.El paladar nacional tiene bien definida su personalidad de acuerdo a sus preferencias de salados y dulces. De pucheros y carnes, guisos y sopas, chacinados y embutidos, salsas y pastas, los menús se festejan con la panza llena pero con el corazón también y se descansa en el pan que limpia el plato, con los codos en la mesa y el vino alborotado por las burbujas de la soda. Es todo nuestro el gusto, cuando, sin refinamiento francés pero con las papilas criollas sensibles y el reflejo de un perro de Pavlov de las pampas, el mediodía revela la olla del puré de papas y el repasador destapa la fuente de milanesas doradas por el resplandor del sol en la fritura.
En las mismas cocinas, el repertorio de dulzores empieza con el controversial vigilante de membrillo o batata y la pastaflora de similares dilemas, pero los ricos matices de la maicena, el glaseado y los chocolates han pasado al alfajor al primer plano desde que en 1852 avivaron los ánimos de las tropas en la batalla de Caseros. Se convirtieron en la golosina insigne cuando se llevaban semanalmente a la estancia del General Justo José de Urquiza como si de un cargamento de armas se tratara y hasta tuvieron su reconocimiento literario inesperado en “El aleph” de Borges, cuyo narrador iba a la casa de Beatriz Viterbo con un alfajor santafesino y un coñac para agasajar a la familia.
Por fin, en estos días de agosto, tras los resabios perdurables de la devaluación y la política, se podrán degustar las mejores delicias del globo en el Campeonato Mundial del Alfajor en Buenos Aires. Así, de frente a la ciudad ruidosa, una mordida colectiva dando la nota crujiente de desmigajar las tapas algo secas de limón y vainilla y necesariamente empalagosa para un pueblo acibarado por los líderes.
No conozco ni un argentino que al desnudar al alfajor de su vestido de celofán no regrese un instante al recreo de la infancia del Capitán del Espacio o La Nirva, pequeñas ventajas de tener en cada cuadra una máquina del tiempo en cada repisa kiosquera. De este modo, aunque al jurado del Mundial lo integren chocolatiers, ingenieros en alimentos y chefs pasteleros, es necesario atender a cierto veredicto que da el alma melancólica, que suele ser un órgano de percibir belleza y conectar recuerdos. Por ello se espera una enorme y nostálgica concurrencia al Mundial, cada asistente acompañado por el niño interno e inquieto que estira la nariz en los stands de relleno de fruta y triple capa.
El dulce de leche entre dos galletitas produce esa fascinación, indistintamente adulta e infantil, como una canción de María Elena Walsh o como la comida del domingo de la abuela. En fin, como otra receta secreta para la felicidad argentina.