Opinión / Por Lucas Cortiana

Árbitro de guerra

El líder chino Xi Jinping propone las reglas de juego de un mundo dividido y se postula como uno de los grandes candidatos a enemigo de la humanidad.
domingo, 16 de abril de 2023 · 08:00

Frente a cinco micrófonos y un decorado intimidante de banderas rojas a sus espaldas, se presentó Xi Jinping, el líder del régimen chino, que está estrenando su tercer mandato presidencial, en camino, como Mao, a la tentadora e ininterrumpida acumulación de poderes y a los vicios de las dictaduras y el culto a las personas. Como si no fuera suficiente un auditorio lleno de diputados, los comunes y corrientes habitantes del país más populoso del mundo estaban en vilo de sus declaraciones, y es seguro que en las oficinas presidenciales de occidente se encendieron las pantallas sin importar los husos horarios ni la interrupción de sueños más o menos penosos.

Hay movimientos en algunas almas que oscilan entre la vileza y el cinismo, con el carisma como eje. Condenadas a los grandes discursos y a los ademanes a cuatro manos, son también sentenciadas para la historia, porque hay libros de una negrura muy profunda en los que se conservan indelebles sus nombres. Y parecen estar convencidas de su destino sombrío y esforzarse por no perder el significado de su fama que representará tribulación y recibir las condecoraciones de los que festejan la muerte.

Sin sonrojarse, Xi puede presentarse en Moscú con flores en la lengua y un plan de paz para el conflicto con Ucrania, como hace menos de un mes, y fotografiarse con Putin como dos ángeles celestes en la Catedral de la Dormición, y a la vez animar al “entrenamiento militar orientado al combate real” en plena tensión con Taiwán, como hizo frente a los ojos del mundo esta semana, porque con decoro y responsabilidad, una hinchada autoestima y la vigilancia de su pundonor —aunque el comportamiento oprobioso vaya a contrapelo—, lo que sale de la boca puede ser podredumbre pero dar la sensación de equilibrio divino pregonando la defensa justa de la nación. La conjunción de la instrucción a las armas y la administración del alto el fuego son a prueba de rayos y de palomas llevando ramitas de olivo en el pico.

No faltará mucho para que Xi se yerga como uno de los principales enemigos del género humano. Todo está, pues, en cuán habitual se vuelvan para él la guerra y las amenazas. Por ahora, la reputación no defrauda, ordenando un despliegue militar en Taiwán para simular ataques con misiles. También dependerá de los ánimos que broten de los señores de otras latitudes, y del alcance de sus delirios; si se comporta como un espectro tras las tropas que dejan baldíos en las tierras y en las casas y si comprende a las gentes de los pueblos como el revés de su conveniencia.

En cada caso, lo peor. Logró confundir a Macrón, que busca una posición de mesura entre Estados Unidos y China, fastidió al ministro alemán Olaf Scholzy quien considera que las acciones de Xi incrementan "el riesgo de enfrentamientos militares involuntarios" y contrarrestó a McCarthy con ejercicios bélicos en la “isla rebelde” luego de que éste tuviera conversaciones con la presidente taiwanesa Tsai Ing-wen. Así, desaloja de su amistad y propone distancias, forma alianzas pendientes de rencores, dudas y temores, y satisface una mitología en gestación, mientras decreta las suertes y direcciones de las naciones.

Y hay males de características sobrecogedoras, que son indispensables para el perfil del hombre que ha de asolar. Ya en su conciencia se acumulan las culpas por los campos de internamiento de Sinkiang y el genocidio del pueblo uigur cuyos cadáveres anónimos deben seguir llamando desde la fosa común hasta la pesadilla secreta donde Xi buscará expelerlos cada noche.

La humanidad, conforme a las leyes de los juegos mortales de la política, pasa por su moderna era oscura, con algunas luces como atrayentes distracciones y la hipocresía como acto reflejo. Hay árbitros de la guerra que se suceden, definen los intervalos de paz y explican impunemente por qué un mundo en calma debe aplicarse a la parabellum. 

No son tantos pero sí ruidosos los que han tenido en suspenso al auditorio internacional en los últimos cien años. Desde Stalin hasta Bush, desde Castro a Gadafi, desde Huseín hasta Putin. Le toca a Xi estar frente a un micrófono y que se detengan los relojes de la tierra.

 

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