Edulcorando la historia de Chivilcoy

Banalizar los hechos históricos al punto de colocarlos en el cómodo plano de la efemérides, le quita su espesor político, el significado que tuvo en el contexto en que ocurrieron los acontecimientos y que, sin duda, tienen su correlato en la actualidad.

Quienes editaban la revista infantil Billiken eran expertos en eso. La interpretación hegemónica de hechos históricos, tomados desde un punto de vista edulcorado, infantil, sin el análisis de causas y efectos, es lo peor que puede pasar en países como los nuestros que están hechos de historia.

La “conmemoración” del viernes de los 113 años del “fallecimiento” del poeta Carlos Ortiz, que se llevó a cabo en la plaza principal frente a su monumento, que paradójicamente está emplazado de espaldas al lugar donde recibió las balas que lo mataron, tal vez como una forma de negar el hecho; es una prueba más de esta tergiversación de la historia política local, al punto de convertirlo en una simple fecha para el recuerdo, lectura de poemas, la colocación de una ofrenda floral y luego “a otra cosa”.

La historia está llena de turbulencias políticas, tensiones, violencias, no se trata sólo de fechas para hacer homenajes y actos para quedar bien y cumplir con el calendario cultural local. El Paso de los Andes del General San Martín, no fue hecho por un superhéroe de esos tiempos que hizo la “épica libertadora”, sino que hubo personajes que se opusieron por razones políticas, hegemónicas, de clase, que se repiten, a modo de bucle, a lo largo de la historia y que se traducen en los actuales discursos de odio.

El hecho, del que fue víctima Carlos Ortiz, da cuenta de una violencia política que, lamentablemente está hecha nuestra historia y presente. De acuerdo a los datos del Archivo Histórico Municipal, Carlos Ortiz falleció a los 40 años, en la mañana del 3 de marzo de 1910, por las graves heridas de armas de fuego que sufrió la noche anterior en el Club Social, durante el transcurso de un banquete servido en reconocimiento y homenaje al profesor Alejandro Mathus (1870 – 1921), primer director – fundador de la Escuela Normal, el cual, por motivos y razones de índole política y partidista, había sido trasladado a la provincia de Mendoza.

“Motivos y razones de índole política y partidista”, por parte del entonces intendente conservador, Vicente Loveira, que mandó balear el ágape de reparación a Alejandro Mathus a modo de poner en claro su prepotente decisión de castigar y mandar al exilio a un adversario político, pero que dejó el trágico saldo del poeta fallecido por las balas municipales.

Este dato no se habla en los actos anuales del 3 de marzo, como tampoco se habla del contexto histórico de los atentados al teatro “El Chasqui”, la detención y posterior asesinato de los abogados De Vitto y Capellini, la responsabilidad de las autoridades de entonces, las calles liberadas en esa noche aciaga, colocando el hecho en la categoría de “efemérides”. Muy parecido a lo que la revista Billiken describía como “encuentro de dos mundos”, cuando se “festejaba” el día de la raza el 12 de octubre de cada año.

La filósofa alemana Hanna Arendt impuso el término de “banalidad del mal”, al intento de explicar de forma racional los crímenes más horrendos que la humanidad haya vivido como fue el holocausto durante la II Guerra Mundial. Una frase que puede servir para los tiempos actuales, en que se intenta hacer una explicación racional de la violencia, el simplificarlo a través de la instantaneidad de la información digital, la difusión de mentiras, para ponerla en la baja altura de la “anécdota”, achicar el precio de la gravedad y tragedia que esto conlleva.

El peor de los efectos de esta construcción de la historia, es que el hecho es tan banal que se puede volver a repetir, la muerte se naturaliza, se vuelve al “algo habrá hecho”, total habrá alguien que coloque flores en algún pedestal y la vida continúa.  Lo interesante de la historia es que debe servir como enseñanza, no repetir los errores del pasado, no ocultar las intenciones que generan desigualdades que se repiten una y otra vez, hasta ponerla en la categoría de la normalidad y del denominado “sentido común”.