Inteligencia Artificial / Por Lucas Cortiana

A la conquista de la inteligencia humana

La Inteligencia Artificial y su avance sobre la sociedad moderna.
domingo, 12 de marzo de 2023 · 08:00

La inteligencia es un bastión poderoso ante el avance de un sistema que opera con armas de destrucción cognitiva. Productos culturales artificiosos, descartables, prefabricados y de fácil consumo inundan todos los mundos posibles, reales y virtuales, presentes y futuros, con justificativo para el entretenimiento pero sin pausa para el análisis. Sin esa pausa necesaria, la defensa intelectual se adormece y quedan liberadas las áreas críticas a merced de la banalidad. Como el último baluarte, la inteligencia humana está en la línea de fuego de ese enemigo ya no tan invisible y cada vez más elocuente y encantador.

Por eso no es de extrañar que las noticias tecnológicas se centren en la Inteligencia Artificial (IA) y su imparable desarrollo. Que exista una inteligencia de orden “artificial” inicialmente supone una paradoja, ya que la inteligencia no es un ente sino que está asociada a un ser, y a su vez, su aparición genera una fascinación y un terror inédito: la primera de ellas supone concebir un poder ilimitado, una fuente interminable de datos e interacciones y un archivo basto, tanto más memoria de elefante perfecto que fichero de bibliotecario, y con ellos la cocina de la trascendencia y la eternidad; la segunda es la consecuencia de la posibilidad concreta de la conquista de las conciencias humanas con la que alguna vez fantasearon los narradores distópicos pero que en este siglo de dependencia de los dispositivos Smart se hallan en ciernes sobre la cotidianeidad como nubarrones a punto de precipitarse. ¿Quién es el dueño de esta inteligencia sin cabeza ni cerebro ni cuerpo, sin valores morales ni orientación ética? ¿De qué maneras la inteligencia humana puede ser colonizada?

Cuando la IA que genera imágenes, Stable Diffusion, es puesta a la tarea de diseñar figuras humanas, ciertas deficiencias quedan expuestas: manos con seis dedos o las grotescas filas de dientes innumerables advierten de una realidad ficticia. La IA, dependiente, en principio, de una base de datos, no alcanza a comprender a cabalidad la anatomía humana, generando una nueva forma de perversidad, de criaturas que no son monstruos sino hasta que el detalle los denuncia. Si Borges hubiese escrito la fantasía de Tlön en estos tiempos, probablemente se hubiese estudiado si aquella frase “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, no estaría inspirada en este horror gráfico. Estos pormenores fueron los que delataron que unas supuestas fotografías de una protesta en Francia eran falsas y aumentó las alertas sobre la manipulación digital y periodística —en apariencia nada nuevo bajo el sol de las Photoshop— pero que compromete la credibilidad de algunos medios, en épocas donde las fake news están en la mira. Pero cuando se corrijan estas imperfecciones o cuando las masas estén distraídas, alienadas o fanatizadas, a merced de una inteligencia exógena, ¿no se estará atentando contra el juicio de las personas?, ¿no será una burla al intelecto?, ¿no consistirá en una original forma de abuso, de exhibición de poder?

Aún más sorprendente parece ser el ChatGPT, una IA capaz de dialogar y de aprender, un concepto mucho más avanzado que el de la Deep Blue que venció a Kasparov en apasionantes 6 partidas de ajedrez en 1997 y a las domésticas asistentes virtuales Alexa y Siri. Estamos acostumbrados a los logaritmos que actúan de acuerdo a nuestras búsquedas y preferencias en apps y webs, al asistente bancario que nos ofrece su ayuda por medio de WhatsApps de afirmativas o negativas respuestas binarias, pero actualmente se está buceando en las aguas profundas en que las IA puedan analizar, argumentar, refutar y establecer nuevos marcos teóricos. Si esa barrera finalmente ha sido vulnerada, cabe preguntarnos si las IA podrán detectar la estupidez humana y evitarla o si como parte de un flamante imperialismo cultural, las IA pondrán al alcance de estudiantes y profesores, escritores y periodistas, ensayistas profesionales exitosos o entusiastas frustrados de la palabra en papel, la tentación de que una IA émulo de Capote o García Márquez escriba sus trabajos prácticos y tesis, sus artículos para el diario sobre el horario de entrega de las redacciones, sus cuentos para el futuro Premio Cervantes de la Lengua Castellana. “La mayoría de los androides que he conocido tenían más deseo de vivir que mi esposa”, escribe Philip K. Dick en su novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, abriendo el interrogante de si será posible que el derecho natural de desear, soñar o imaginar, de absoluta potestad humana, pueda conducirse por el circuito integrado de las computadoras.

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