Opinión
La Razón de Chivilcoy: los guardianes del odio
A nadie escapa el hecho de que los medios de comunicación social constituyen un factor decisivo en eso que llamamos construcción de la subjetividad y uno de los resortes más dinámicos de acumulación y concentración de capital. De hecho, el predominio de un pensamiento único-neoliberalismo- se ha sostenido a través de los medios de comunicación, verdaderas usinas de imágenes, voces, y máquinas perfectas de hacer dinero con un único patrón ideológico para ver y pensar la sociedad y el mundo. Como decía María Elena Walsh, los grandes medios de comunicación además de tener la sartén por el mango, tienen el mango también.
Los resultados de esta operación mediática pueden ser catastróficos. Ya lo decía Malcom X “Cuídate de los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”.
¿Cómo funciona esta lógica en los medios locales? ¿Qué continuidades y discontinuidades se prolongan en los microespacios de las ciudades del interior?
La respuesta es compleja y no quisiéramos generalizar y menos aún caer en simplificaciones. Lo cierto es que en Chivilcoy, el diario La Razón cabalga entre los beneficios que le otorgan esta cultura de la sartén y el mango, y esa otra realidad que nos enseña que la estupidez es atmosférica.
Cierto clima cultural que abona la impunidad y el todo vale se le ha adosado en sus páginas y nada indica que exista voluntad alguna en siquiera enmendar los daños que día a día ocasiona. Desde hace ya tiempo y gracias a los mensajes anónimos de un grupo de troll y haters, la página web del diario se ha convertido en una verdadera cloaca, un auténtico striptease del odio. Agravios, difamaciones, borramientos de la esfera de lo público, lo personal y lo íntimo. A modo de ejemplo y a raíz de la reciente publicación “El fuego de su sangre” del Colectivo por la Memoria Chivilcoy, no se privaron de nada. Es así que en la página web del diario se puede leer: “Los desaparecidos S.A, un gran negocio para lucrar”; “Basta de curros con los derechos humanos”. “El mito de los 30.000”; “Aquí hubo una guerra”. Los responsables de la página autorizaron opiniones en donde se afirma que “gracias a la dictadura el país quedó limpio” a un tiempo que reivindicaron nada menos que a un condenado por delitos de lesa humanidad como Astiz. No dudaron en publicar la expresión “menos mal que está muerto” para referirla a una de las víctimas homenajeadas en la investigación, así como tampoco sintieron al menos vergüenza en difundir una afirmación tan grave como “a estos habría que hacerlos desaparecer”.
Todo queda habilitado si se trata de expectar un resentimiento pestilente. ¿Qué los mueve, que los impulsa? El odio. Un odio gratuito, y lo peor de todo: un odio ignorante. ¿El odio de siempre? Ni más ni menos, pero lo novedoso está en que ahora esos mecanismos son procesados en forma científica y se difunden masivamente gracias a empresas de comunicación. Es decir, necesitan nuevos cómplices. El odio político se engendra de esa forma. Es fundamentalmente, circulación. Se agita y se adhiere, entre superficies. Opera por contagio como la estupidez. Pero como eso que circula es tan falso e irresponsable necesitan encubridores.
Sabemos que quien escribe y se esconde ocultando su identidad nunca podrá ser un interlocutor válido. Es alguien que se autodegradó como ser humano rebajándose a límites sombríos de difícil retorno. La mejor estrategia es ignorarlos. Pero no es del chancho de quien queremos hablar. Nos indigna quien le da de comer. Nos intranquiliza ese necesario mediador, el vehículo imprescindible que habilita y legitima el chiquero. Los dueños del diario La Razón abrigan la náusea. Jactándose de democráticos se volvieron despóticos y confundieron la libertad de prensa con un pozo de estiércol.
Y porque nos asqueamos del vómito del odio, y sobre todo de quienes sirven esa mesa repugnante y obscena invitamos a la comunidad de Chivilcoy a repudiar estas prácticas que se escudan en una pretendida libertad, esa que enarbolan pero no honran.
Decía Epicteto: “La verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad”. (Colectivo de la Memoria Chivilcoy).