Opinión / Por Jimena Villar

Adversarios políticos unidos en una guerra, dirigentes argentinos discutiendo quién gobernó peor

Un paralelismo hiperbólico y contrafáctico entre la situación de Ucrania y la política argentina.
domingo, 27 de febrero de 2022 · 03:04

El siglo XXI no para con los cimbronazos y cuando ya estábamos en lo que parecía no el fin, pero, al menos, la superación de la pandemia, la actualidad nos azota con la cuarta guerra mundial –si se tiene en cuenta la perspectiva histórica de que la cuarta fue la Guerra Fría-. Estos hechos llevan a muchas reflexiones y recuerdo con nostalgia (y un poco con sorna) a quienes pregonaban que “de esta salimos mejores”.

Claramente, en estas líneas no se alcanzará a analizar todas las razones y acontecimientos históricos, políticos y económicos que llevaron a la Federación Rusa a invadir y atacar Ucrania y tampoco es el objetivo de las mismas, sino que de todo lo que hay y habrá para decir, como siempre, bajo el velo ideológico de cada quien, hay un hecho en particular que me cautivó. Resulta que el expresidente de Ucrania, Petro Poroshenko (2014-2019), quien además perdió las últimas elecciones presidenciales contra el actual presidente de esta nación, Volodímir Zelenski, y otros 39 candidatos que se presentaron en un sistema de dos vueltas, salió armado con un rifle por las calles de Kiev a defender a su país. Según él mismo explicó a la CNN, se ha unido a los 300 miembros del “Batallón de Defensa Territorial” para contraatacar a la previsible ocupación de Kiev por parte de las tropas rusas.

Las fuerzas armadas de ambos países están en una gran condición de desigualdad, Rusia tiene 900.000 soldados activos contra 209.000 de Ucrania y parecido ocurre con sus reservistas. En cuanto a armamento, la artillería del gigante de oriente es de 7.571 versus 2.040 de Ucrania, 30.122 vehículos blindados contra 12.303 y 12.420 tanques y 2.596 del otro lado. En la batalla aérea, Rusia tiene 544 helicópteros de ataque y 1.511 aviones de ataque contra 34 helicópteros y 98 aviones de Ucrania. Por estas razones es que también la gente común, los civiles, se están uniendo a la defensa de su país, mientras se espera el apoyo (real) de la OTAN y la ONU brilla por su ausencia.

Pero como no soy analista internacional, y menos aún especialista en conflictos bélicos, me quedo con este primer dato que, más allá de toda propaganda -elemento imperante en la política y sobre todo en la guerra-, no dejo de pensar en que un expresidente y encima una de las personas más ricas de ese país -a quien si se lo mira con lupa se le cuentan denuncias por corrupción- se haya unido a combatir a las tropas rusas. También el actual presidente Volodímir Zelenski (judío, aclaración necesaria para quienes hablan de la Ucrania nazi) ha decidido quedarse en su tierra a pesar de que es un objetivo directo de Moscú.

Otra curiosidad: Poroshenko y Zelenski han estado enfrentados ya que el primero acusa del proceso penal en su contra al actual presidente con el objetivo de haber querido “hacerle un regalo a Putin”, e instó a Zelenski a “centrar sus esfuerzos y los de las fuerzas de seguridad en la amenaza rusa”, antes que en su caso judicial. Nada es casual en la vida.

A pesar de todo ello, este recorrido, híper resumido, con baches y seguramente con muchas correcciones que harán los expertos y directores técnicos en absolutamente todas las áreas que pululan en Internet, es porque, a pesar de todo lo mencionado, veo, desde mi cómodo lugar de espectadora ignorante, dos cosas: un presidente que defiende a su país contra un gigante invasor y un expresidente que, a pesar de haber recibido una propuesta de asilo político de  Vladimir Putin, no solo la rechaza sino que elige quedarse en Ucrania peleando junto a otros civiles. Y ahora lo que más enerva a los historiadores y politólogos: una comparación. ¿Se imaginan situaciones similares en Argentina? Ni siquiera pensemos en una guerra, con solo recordar las mezquindades y miserias políticas surgidas en la pandemia me inclino a pensar que las tragedias unen a la gente, pero que los políticos hacen todo lo posible para dividirla. Vivimos en un estado constante de campaña electoral, donde importa más perjudicar la gestión del adversario que impartir políticas públicas largoplacistas que mejoren la vida de los argentinos y argentinas. Y no solo ocurre con los cambios de gobierno o en las instancias de los distintos niveles nacional, provincial y municipal, sino que muchas veces somos incluso rehenes de sus propias internas que terminan afectando e impactando también en la población.

La pandemia del Covid dejó muy herido al país y sacarlo adelante es trabajo del oficialismo, pero también de la oposición. Sin embargo, me cuesta imaginar a nuestros dirigentes con la madurez y la ética necesaria para trabajar mancomunadamente, aún en las diferencias, para sacar a flote a la Argentina. Soy repetitiva, lo reconozco, porque estoy convencida de que hay un factor fuertemente cultural que hace que hace 200 años se viva apelando al mal gobierno anterior y a discrepancias partidarias en vez de buscar puntos en común para poner en marcha el país. Creo que sin un verdadero pacto de unidad nacional no es posible la reconstrucción de Argentina. “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”, dijo alguien odiado y amado, y hoy me resulta más vigente que nunca.