Opinión
Britos, Berni y el dolor de ya no ser
Por Leandro CrespiHace más de 20 años que empezamos a sentir que la llegada de vehículos para el personal policial era una buena noticia que a todos alegraba.
Percibíamos que la realidad iba a cambiar. Iba a mejorar.
Luego empezamos con las asambleas en búsqueda de soluciones, de seguridad. Queríamos que nuestra comunidad volviera a ser segura. Que pudiéramos regresar a vivir como hermanos.
Fueron pasando los años y fueron agrandándose las estructuras para proveer seguridad. Que el Ministerio de Seguridad a nivel provincial, que la Secretaría de Seguridad a nivel comunal. Que una policía para la cuestión rural, que otra para el narcotráfico, que otra sea la policía comunal. Que sería bueno implementar una policía de proximidad…
Después de veintipico años, nos sigue conminando la realidad, la desaprensión, la inutilidad.
La postergación de sueños, la posibilidad de una vida normal.
Que sea lógico llegar a tu casa sin tener temores.
Que nuestros hijos pudiesen transitar Chivilcoy de norte a sur y de este a oeste sin que el miedo los convoque en cada esquina.
Se han puesto cámaras, se han establecido cientos de cargos. Todo por la seguridad.
En estos días han llegado otras camionetas Ford Ranger, dicen que son 17, dicen que ahora sí van a servir.
Y le pido por favor al Pato que se calle la boca, que no diga pavadas. ¿Cómo va a decir que ni siquiera han sido instruidos en el manejo profesional de esos vehículos?
Tate acota que es una vergüenza que vayan permanentemente mirando los celulares mientras manejan.
Pero, en verdad, creo que tanto ellos como yo, somos unos viejos chotos que hablamos por hablar.
Que no percibimos todo lo bueno que están haciendo el Intendente y el Ministro de Seguridad en beneficio nuestro, que no llegamos a comprender la complejidad del problema de seguridad que nos aqueja.
De lo difícil que resulta encontrarle una solución.
Y que ellos viven las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, velando por nuestra seguridad…
Qué falta de empatía con los funcionarios de turno que se ocupan de preservarnos.
Me da vergüenza ser tan poco agradecido, no advertir todo lo que hacen por nosotros.
Siento lejos la esperanza de vivir en libertad, sin miedo, con alegría y con la certeza que volvimos a la normalidad.
Son tan iguales que parecen del mismo espacio, son tan parecidos que se juntan bastante seguido.
Son tan ellos que cuesta entender la realidad de una Ciudad, de una comunidad que supo vivir en libertad y con la certeza del bien jurídico tutelado en sus diferentes circunstancias.
Quizás cambió la sociedad, quizás cambiamos nosotros.
Quizás lo que antes era una verdad, ahora no lo sea.
Quizás la gente de carne y hueso hoy tenga que morderse la lengua y agradecer simplemente las pequeñas prebendas, las simples dádivas -que en un principado del siglo XV son absolutamente normales- del Señor hacia sus súbditos y esclavos.