Opinión
Otra vez la violencia
Por Guillermo R. PinottiHechos recientes de violencia extrema entre jóvenes vuelven a hacernos preguntar que cosa está fallando. La conciencia de la juventud “de lo que está bien" y "lo que está mal” y su vínculo con el ejercicio de la voluntad, la educación y la libertad.
Queda a consideración del lector, la reflexión de estas opiniones, esperando facilite y aclare a muchos padres el consejo a sus hijos con las bebidas alcohólicas y otras sustancias psicoactivas, cómo conducen, cómo se comportan en sociedad y, sobre todas las cosas, recordar que nuestros derechos tienen límite cuando comienzan los derechos de nuestro prójimo, de nuestro vecino, de nuestros pares.
La voluntad es una condición indispensable para dirigir nuestros actos en un sentido determinado. Y ese sentido puede estar dirigido a metas sublimes que tienden al bien común, pero no siempre desde lo individual o subjetivo están de acuerdo con sentimientos de placer. De ahí que ganarse el pan con el sudor de la frente, implica un esfuerzo, una dedicación y el ejercicio de la voluntad.
Este ejercicio es una condición que se educa, se transmite y, cuando la voluntad dirigida a poner marco a nuestros actos se sistematiza, se llama disciplina.
Aquello de no poner los pies sobre la mesa, no comer con una gorra o sombrero puesto, el saludo al ingresar a un recinto, etc., que los jóvenes de hoy critican como sin sentido, eran en épocas pasadas formas simbólicas con la que los adultos nos enseñaban que las normas en una casa debían ser respetadas, más allá de nuestros gustos y comodidades. Y se guardaba aquello en nuestros pensamientos extendiéndose a nuestra vida en sociedad: respetar la ley y el orden, defender nuestros derechos sabiendo que el límite estaba cuando comenzaban los derechos de los demás, de nuestros iguales. El motor de esta conducta estaba en el ejercicio y educación de la voluntad.
El enseñar y aprender se da en todo momento. El ejercicio de la voluntad va de la mano del respeto a nuestros pares. Se aprende y se enseña dentro y fuera de los ámbitos escolares. Se enseña en el hogar, cuando el padre indica lavarse las manos antes de comer a los niños. Y estos, contrariamente a sus deseos y apremiados por su ansiedad, poniendo voluntad, incorporan esta medida de higiene. Los padres están para eso, para marcar conductas que, directa o simbólicamente, permitan a sus educandos tomar disciplinas que marquen el rumbo de la vida en sociedad.
No son los padres, los maestros ni los profesores dictadores, fachos, nazis, ni torturadores por enseñar el respeto a las normas. Pero los que tienen en un momento dado el poder para marcar políticas educativas y facilitar la información, cuentan con gran responsabilidad para que un pueblo entienda algo que parece tan sencillo como que, de acuerdo a las normas que rigen esa sociedad, lo que está bien está bien, y lo que está mal está mal.
La ética se enseña con el ejemplo y se aprende con el modelo. Ejemplo y modelo son dos versiones de una misma realidad, aunque se diferencian según el punto de vista del que hace la lectura: si es del que enseña o si es del que aprende.
En el que enseña, la ética debe ser un producto ya logrado e incorporado en la forma de pensar y en el comportamiento, mientras que en el que aprende, debe ser un producto que debe ser logrado. Supuestamente debería ser así, pero no lo es del todo, pues la ética es algo dinámico y jamás se llega a un producto terminado, siempre se está en permanente transformación. Por eso las normas y las leyes se reforman de tanto en tanto. Pero en esos períodos que rigen, deben ser cumplidas como tal. Es cierto que, a lo largo del tiempo, la permanente modificación e incorporación de subculturas, da distintos matices a la cultura en general, pero el componente ético del ser humano debería darle lugar solamente al “mejoramiento beneficioso”.
Las nociones de “bien”, “bien común” y de “bueno” deben constituir el soporte y el camino de esta permanente modificación.
¿Cómo se produce el aprendizaje de lo bueno y de lo ético? Por identificación con el modelo. Y aquí cuenta con gran responsabilidad quien impone este modelo o tiene poder para dirigirlo. Esto es básico en todo aprendizaje. El niño toma a alguien, (el padre, el maestro) como modelo y se identifica con él, incorporando tanto sus comportamientos, como su forma de pensar.
La identificación masiva con ciertos líderes – hay muchos ejemplos en la historia de la humanidad – no llevaron a buen puerto. Aunque en un momento dado, en un instante preciso, ciertas ideas políticas, dogmas, religiones, etc., se tomaron como verdades absolutas.
La reflexión a través de la observación, comparación, madurez de los pueblos y puesta en ejercicio de la experiencia para poner límite a modificaciones que no respetan la condición de “mejoramiento beneficioso para el bien común”, son la llave necesaria para que una sociedad en el marco de las leyes y normas que la rigen, conserve el sentido de lo ético.
En el psiquismo existe un intercambio que se da en doble sentido de adentro hacia afuera y viceversa, que es una actividad importante para mantener un equilibrio. Se da un fenómeno de incorporación de elementos, de información, de conocimientos que vienen de afuera, y un fenómeno de expulsión de elementos, de conocimientos, de información que van desde el psiquismo al mundo externo.
El psicoanálisis ha estudiado este tema y a la incorporación psíquica se la ha denominado introyección o identificación, mientras que a la expulsión, la llamó proyección.
Por eso, los medios de comunicación en la actualidad, que marcan una gran preponderancia e influyen en la educación de un pueblo, marcan el rumbo y la cultura del mismo en un momento histórico dado.
El modelo de incorporación mencionado antes, puede observarse con claridad en toda situación de aprendizaje. Esto se destaca especialmente en la relación padre-hijo y en la de maestro-discípulo. La relación padre-hijo constituye normalmente un vínculo de carácter simbiótico en un sentido psicológico, en el cual se da una fuerte comunicación emocional y afectiva entre ambos integrantes. Este componente afectivo-emocional es fundamental en todo aprendizaje: el amor es el puente que canaliza la adquisición en el que está aprendiendo y es el pegamento que estabiliza el aprendizaje. Por amor, el niño toma a su progenitor como modelo y lo incorpora como una totalidad en todos los aspectos que lo caracterizan como persona. De esta incorporación se produce un movimiento psíquico interno, por el cual se efectúa una selección de aquellos aspectos que le son útiles en su proceso de identificación, y una eliminación de aquellos otros que no le son útiles. Lo mismo ocurre en el discípulo en su relación con el maestro: lo toma como modelo de persona e incorpora su forma de ser, de comportarse, de sentir y de pensar. La calidad del vínculo y su permanencia en el tiempo son los pilares que darán el grado de solidez de lo que se aprende: cuanto más intenso es el afecto y mayor el tiempo de dedicación, más significativo y perdurable será lo que se adquiere.
También el destino de una nación depende del grado de robustecimiento de la capacidad de discernimiento de su pueblo, que le permitirá distinguir y separar aquellos rasgos que se adoptan como propios, de aquellos otros que se distinguen como ajenos. Esto produce un enriquecimiento interno y el desarrollo de autonomía y adquisición de una personalidad propia y sólida.
El futuro de una nación depende de cómo leen y escriben sus niños, cómo razonan y cómo seleccionan el conocimiento incorporado.
La igualdad de oportunidades para el acceso al conocimiento integral, no sectorizado, y la educación para pensar, razonar y discernir, son los únicos caminos que llevan a la libertad.