Opinión
La trampa institucionalizada o la costumbre de ser vivos
Me pregunto por qué en Argentina el tramposo es un vivo y el justo es un gil. Un país donde la capacidad, la inteligencia, la formación profesional y experiencia no alcanzan: sobre todas las cosas hay que ser “vivo”. Y en estas circunstancias la mentira se incorpora como una herramienta estructural que algunos llaman “cintura política”.
Así, a través del tiempo, se ha arraigado en el pensamiento social del pueblo: “si no sos vivo no llegas a nada”. Y así estamos.
Lo peor es que ni el paso de los años ni la experiencia pueden con esto. Y la corrupción es el tema principal de las democracias en el futuro.
El efecto social de esta “viveza”, aplicado a la política, ha sido y es devastador. En individuos con este perfil, la “viveza” es una necesidad psicológica para probar a cada momento su personalidad sobre los otros y sobre sí mismo. Hay una psicología y una sociología de la viveza. Los efectos sociales habitan cualquier campo o núcleo de la sociedad.
La “viveza” y el “acomodo”, forman parte de todos los niveles sociales, tanto en el accionar de “punteros”, “barrabravas”, “militantes rentados” y todo tipo de “becados políticos” muchos de los cuales forman parte de los conocidos “ñoquis”. Y los realmente carenciados, prisioneros en un sistema asistencialista que no les permite igualdad de oportunidades desde siempre, no tienen otra alternativa que pactar muchas veces en estas condiciones.
La política es el campo más propicio para la “viveza criolla”. El político se arroja más vertiginosamente por el camino del acomodo, del amigo o de “la trenza”, que por el de la inteligencia, de la capacidad o el conocimiento.
Los organismos y las instituciones que aplican la “viveza criolla”, son incapaces de comprender los valores esenciales del vivir social y son negadores de todo esfuerzo comunitario o de cooperación. Lo violentamente negativo es que el organismo o la institución necesitan siempre del público, del pueblo.
El proceso social de la viveza es invariable: para el vivo o los vivos (sean hombres o institución, Estado u organismo), el mundo está habitado por una larga fila de víctimas, “puntos” o “giles” que pueden ser explotados o trampeados con facilidad por sus “vivezas”.
Un organismo o una institución que “adopta” la viveza criolla en sus actitudes y en sus acciones es una máquina de defraudación para el público. El núcleo central erróneo de la viveza criolla reside en que cada institución, igual que cada individuo, pretende ser lo que no es y por sus efectos y consecuencias resulta una máquina de valores falsos que desquician el vivir de la sociedad.
Los valores genuinos o auténticos –en los cuales nadie cree– se desvanecen al contacto con la realidad. De ahí que la viveza, desde el punto de vista social siempre es sinónimo de engaño.
Hecha la ley, hecha la trampa. En Argentina se dice que para cada ley o norma existe un atajo o trampa. Siempre hay formas de sortear las leyes para los que buscan lo suficiente.
J.Ortega y Gasset opinó con certeza que “Si se quiere penetrar en los secretos de un país, conviene fijarse en las palabras de su idioma que no se pueden traducir, sobre todo cuando significan modos de ser”.
No se trata de decir que en la vida son todos vivos o zonzos. Pero sí que el que usurpa o “cacha”, en el momento que lo realiza se siente “vivo” frente al que es usurpado o “cachado”.
Esta frase sirve para valorar un aspecto esencial de la vida argentina de ayer y de hoy: El vivo es bien visto por el consenso general. Y hasta admirado. En cambio es visualizado como tonto, idiota o tarado, en el sentido clínico de la palabra, el hombre que no aprovecha la oportunidad o la ocasión para sacar provecho –sacar ventaja-.
De esta actitud surge una nueva escala de valores que tiene como eje central “la viveza criolla”.
A través de la “viveza criolla” se van fundando otros valores menores que se nutren y se vitalizan del valor absoluto o valor eje.
Esta nueva escala de valores domina casi en absoluto toda la sociedad argentina. La define. Es la medida para clasificar los hombres y las cosas. Estructura la sociedad política y social.
El “vivo” está siempre a la defensiva, temeroso de trastabillar y ser desenmascarado. Por eso en su conducta social es desconfiado. Su figura y expresiones están finamente estudiadas con ademán defensivo. Los culpables del mal son los demás.
El gran mal de un pueblo es cuando sus gobernantes sustituyen los valores éticos reales por su “viveza”. Aunque parezca increíble. Moral por viveza. La desconfianza, la indiferencia y el escepticismo argentino, le deben mucho a esta “forma de ser”. Un Estado gobernado generalmente por “vivos” que se ha comportado como un padre prostituido, que exige moralidad y respeto a sus hijos.
Empecemos de nuevo, con la experiencia y conceptos dignos de pensadores que nos antecedieron, gobernando con capacidad y honestidad… y no para “pasarnos de vivos”.