A cinco años de la muerte del fiscal la justicia sigue ausente.
Se cumplieron cinco años de uno de los episodios más trascendentes de la historia contemporánea argentina, nada menos que la muerte de un fiscal de la Nación que investigaba el peor ataque terrorista que sufrió la Argentina hace más de veinticinco años. Alberto Nissman fue encontrado muerto en su departamento, horas antes de declarar en el Congreso como denunciante en la causa sobre el Memorándum de entendimiento Argentina-Irán vinculado al atentado terrorista contra la AMIA y que involucraba al gobierno argentino de ese entonces.
Pasaron cinco años y la justicia sigue ausente como en la inmensa mayoría de los casos de corrupción que han “investigado” convirtiendo a los verdaderos culpables en impunes asesinos y al resto de los involucrados en eternos sospechosos.
La gran mayoría de los jueces nombrados en estos preciosos 37 años de democracia han llegado a sus cargos por amiguismo y/o acomodo, muy pocos llegaron por méritos propios. No son los mejores, ni los más capaces los que accedieron a cargos importantes en la justicia, son los que estuvieron en el lugar justo, en el momento indicado, cerca de algún político con algo de poder, y los resultados están a la vista. Una justicia desprestigiada y desacreditada, llena de jueces mediocres que no dan respuestas a los más mínimos requerimientos de una sociedad cansada de que la verdad nunca salga a la luz.
A cinco años de la muerte del fiscal, nuestra influenciable justicia, ni siquiera pudo establecer si Nissman se suicidó, o si fue asesinado y si este fue el caso, quien lo hizo. Muchos culpables están libres, muchos otros inocentes siguen sospechados. La única certeza es que Alberto Nissman está muerto porque eso no se pudo ocultar.
La verdad y la justicia siguen ausentes mientras tanto, los responsables de que esto ocurra (políticos y jueces), siguen gozando de todos sus privilegios.
F.A.M