Por Armando Torres

El mismo santo, por así decir, con distinta vestidura

lunes, 20 de mayo de 2019 · 10:59

Si alguien por ventura creyera que el inesperado paso dado hoy por Cristina Kirchner puso fin a la grieta que divide a los argentinos, está muy confundido. La única manera de cerrar el pozo será con la derrota de ambas fuerzas parapetadas en cada uno de esos frentes. Esto es, que una “tercera vía” se constituya en un punto de encuentro de argentinos que con un proyecto común de unidad, inspirado en la vocación de prosperidad, pueda doblegarlas. A la fecha, eso es perfectamente posible: una enorme proporción de la población afirma que nunca votaría por Cristina ni por Macri y un subgrupo de ese conjunto ya tiene decidido hacerlo por “la tercera vía”.

Cristina resignó su candidatura -pero no el poder-, en Alberto Fernández, por diversos motivos políticos y personales: político porque su cosecha de intención de voto llegó al 100% de lo posible y con eso no le alcanza para ganar en primera vuelta (40%+1 de los votos y 10 puntos porcentuales más que su escolta). Pensó que una personalidad más afable y conciliadora como la de Alberto podría arrimarle algunos votos más y hacerle crecer la ilusión. En el mismo orden, político, se baja de la candidatura para transmitir tranquilidad a los mercados internacionales, inquietos por el impacto financiero de su significación. En el orden personal, la mujer padece cansancio moral por la persecución judicial y la situación de su hija, que según se dice le reprocha el cuadro judicial que atraviesa, que la obliga a permanecer fuera del país para evitar una posible orden de detención.

Alberto Fernández es un hombre de carácter y altamente capacitado. Es posible que en caso de ganar, ella le ceda el total de la gestión de la administración, pero no su inspiración y representación. Repetiría lo que le había impuesto a Néstor Kirchner: “Vos goberná mientras yo escribo los fundamentos”, esto es, lo que después sería “el relato épico”. Pero cuesta creer que una personalidad como la suya -capaz de declararse candidata a vicepresidente e investir a su candidato a presidente-, vaya a subordinarse.

Quizá pueda ser más prolijo, pero Alberto no encarnaría un gobierno de distinto signo que el que perpetró Cristina. Si así no lo hiciere, su base se lo demandaría… Esta sentencia no oculta que esa demanda podría significar una remoción en manos de la primera persona en la línea sucesoria. Estaría obligado a ser el mismo santo, por así decir, con distinta vestidura.

Para el gobierno, o Cambiemos, la jugada no es inocua. Mientras Cristina es aclamada por sus fans y realiza el “renunciamiento” anunciado hoy, el presidente Macri es cuestionado por buena parte de su coalición. No es poco. Muchos de los que pensaban en un “Plan V” quizá vuelvan a insistir, pero tendrán que hacerlo llevando una alternativa que no desnude a la provincia de Buenos Aires. Esto es, que el refresh no signifique un suicidio por asfixia. En rigor, el gobierno, más que mirar a Cristina o a Alberto Fernández, tiene que atender su propia gestión, que es calamitosa.

Cambiemos no está dispuesto a resignar posiciones en un eventual balotaje con el peronismo de Cristina y Alberto. Ambas fuerzas calculan que dada esa circunstancia, un voto puede ser definitorio. No se sacan ventajas. Tanto que cualquiera que triunfe y cualquiera que sea derrotado no renunciará a su puesto en la grieta. Mantendrán el agujero abierto unos cuantos años más.

Para la “tercera vía” la jugada cristinista es una gran oportunidad que podrá aprovechar mejor si despeja pronto la incertidumbre sobre los que al fin estarán en la jugada o se irán a jugar a otro campo y, sobre todo, si declara una candidatura firme, voluminosa, capaz de satisfacer los anhelos de la enorme porción del electorado que no quiere votar “ni por uno ni por otra/o”. Su propuesta debe ser tan atractiva y convocante como la del gobierno y la de la ahora oposición albertista. Debe ser identificada como libre de sospecha de inclinación a alguno de los dos lados de la grieta, que hoy aparece más abierta y profunda que nunca. En ese espacio saben que el paso a un balotaje equivaldrá a la coronación definitiva. Allí no habrá con qué darle.

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