Opinión
El peronismo en los barrios
Me incorporé al peronismo a partir de algunas lecturas sobre nuestro proceso histórico. Con el tiempo pude observar el fenómeno desde otro lugar. Alguna militancia de joven y más tarde algunas responsabilidades como funcionario me llevaron a conocer habitantes de los barrios humildes del gran Buenos Aires. En estos barrios, compuestos en buena medida por provincianos de varias generaciones, se dieron siempre los mayores niveles de adhesión al peronismo.
En estos contactos advertí que los pobladores asociaban todas las cosas buenas de la vida con el peronismo. Así, aunque para algunos resulte una extravagancia, un par de zapatillas nuevas, una bicicleta, el cumpleaños de quince de una hija, un día de sol, y tantas otras cosas, eran peronistas. Un relator de carreras de autos de los años 50, Luis Elías Sojit, los domingos que amanecían con buen tiempo gritaba “hoy es un día peronista”. La metáfora le costó cara, en 1955 tuvo que exiliarse. Este hombre no había inventado nada, así se ve la realidad desde un barrio suburbano, los días de sol son una bendición del cielo, las casas se entibian, la ropa se seca, en las calles de tierra no hay barro.
Un obispo que ejerció su ministerio en Brasil decía que los ojos de los pobres tenían otro brillo. También parece una extravagancia, sin embargo cuando leí esto, sentí haber visto esos ojos en aquellos barrios.
Perón hizo realidad muchas aspiraciones de estos argentinos, trabajo, vivienda, escuelas, hospitales, vacaciones, pero hizo, a mi juicio, algo más importante aún, a su modo les hizo saber que una sociedad debe trabajar para asegurar una vida digna a todos sus miembros, que los bienes de este mundo han sido puestos para todos, no solo para algunos, que todos han sido invitados al banquete de la vida.
En 1974, en su madurez, Perón sentenció “sin aspiraciones comunes no hay Nación, tampoco cuando se piensa en exclusiones”. De allí que aquellos principios no pertenecen en exclusividad a ninguna parcialidad, pueden ser compartidos por la mayoría de los argentinos.
Por ello, creo que podemos vivir juntos más allá de nuestras diferencias, y como miembros de una comunidad nacional –que debemos preservar a toda costa- recurrir a la memoria histórica para no repetir errores y alcanzar un piso de acuerdos en beneficio del conjunto.
Cuando esto no se logra sobrevienen enfrentamientos que suelen derivar en tragedias.
Al mundo que viene solo entrarán los pueblos que sean capaces de mantener su cohesión interna, aquellos que la pierdan terminarán en el arcón de los recuerdos.
Las grandes potencias –en competencia entre ellas para ganar influencia sobre los demás países- tienen una preocupación central por su propia cohesión, con más razón deberíamos tenerla nosotros en orden a la protección y afirmación de nuestros intereses como Nación.
Semanas atrás asistí a la presentación de un libro de poemas de Tomás Garibotti. El encuentro se realizó en el histórico edificio de la Sociedad Francesa. Hacía tiempo que no visitaba el lugar. De modo que pude apreciar la magnífica restauración que sus autoridades llevaron adelante. Esta fue la primera sorpresa. La segunda, la lectura, con énfasis que Tomi, como le llaman familiares, amigos y compañeros, hizo de sus poemas. Uno de ellos, que tituló Carne, finaliza de este modo “ahí está la carne, dispuesta, asándose, despertando de a poco el goce donde se intuye lo que viene: alimento, satisfacción, felicidad, también el peronismo”. El mismo concepto que había encontrado en aquellos barrios del conurbano. La misma descripción que hace años me hiciera un vecino que vivía detrás de la estación norte “cuando llegó el peronismo, los fines de semana el barrio era una humareda, en todas las casas había un asadito”.
Tomi acaba de convertir el concepto en poesía.
Carlos Dellepiane