Por Guillermo R. Pinotti

El virus del hartazgo

sábado, 8 de septiembre de 2018 · 00:00

Nos impactan hechos como agresiones ocurridas hace pocos días y, quienes miramos asombrados las noticias por la pantalla de la televisión, buscamos una explicación a tantos hechos de barbarie actuales, dichos y contradichos. Lo que se dice que es verdad, y que tal vez, es mentira. Pero sobre lo que sentimos cada uno de nosotros nadie nos puede engañar ni nadie nos puede enseñar.

Por eso al repasar en la memoria sentimientos en el tiempo, vamos encontrando explicaciones a nuestra triste realidad. Y se suman así tantos deseos de “nunca más” que dejan pendiente la edición de tantos libros todavía por escribir.

Comparaciones en el tiempo nos permiten conocer muchos porqués y ver dónde estamos parados. En la revista “Puro cuento” en su edición número veintitrés de 1990, se publicó un relato de Daniel Dátola, titulado “Apagó el despertador” que merece ser leído como si hubiese sido escrito ayer:

“Apagó el despertador. Pisó la tierra. Se sacudió los pies. Tiró agua en la palangana. Se echó agua en la cara. En la cabeza después. Se peinó para atrás. La camisa, los pantalones grises, los zapatos negros acordonados. Tomó cuatro mates. Saludó a su mujer. Caminó ocho cuadras. Llegó al asfalto. Esperó al colectivo. Llegó a la estación. Esperó el tren. Durmió veinte minutos. Se bajó del tren. Caminó seis cuadras. Saltó el alambre. Entró en la obra. Saludó a tres hombres. Y aún vive. Se cambió la ropa. Abrió una zanja. Comió un sánguche. Tomó vino del pico. Se lavó con agua sucia. La camisa, los pantalones grises, los zapatos negros acordonados. Tomó otro colectivo. Otro más. Llegó tarde al bar. Se cambió de nuevo. Se dejó los zapatos negros acordonados embarrados. Atendió a diez tipos. Echó a un borracho. Otro sánguche. Tomó vino en un vaso. Barrió el piso. Saludo al patrón. Dos colectivos. El tren. Las ocho cuadras. Tomó cuatro mates. Saludó a su mujer. Se sacó los zapatos negros acordonados embarrados. Pisó el piso de tierra. Durmió cuatro horas. Apagó el despertador.”

Dicen que Discépolo en una oportunidad le dijo a su médico preocupado “no piense más doctor, mi enfermedad es el hartazgo”. Y tenía razón.

Ese es el virus que sigue pululando y matando por las cosas que no cambian. Lo dice nuestro sentir de cada día a través del tiempo. Lo dice nuestro pasado, nuestro presente y nuestro vértigo por un futuro incierto. De los discursos a los hechos, sigue habiendo largo trecho…                        

                                                                  

Guillermo R. Pinotti

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