Opinión/La política que me enseñó mi viejo

El servilismo en política

domingo, 10 de junio de 2018 · 00:00

En cualquier lugar del mundo y en cualquier época de la historia, cuando los trepadores y los audaces se adueñan de la conducción política, desplazando o “taponando” a dirigentes naturales, dotados para esa delicadísima docencia social, es cuando aparecen en los escenarios expectables los incapaces.

Mientras el brillo y el relumbrón del éxito se muestran propicios a la mesnada, todo parece normal y valedero. Pero cuando el cimbronazo de la adversidad hace crujir el maderamen del tinglado, como ha dicho José Ingenieros “el lauredal se agosta… y los cardizales proliferan”, es decir, los paniaguados descubren que todo lo que parecían flores, resultaron espinas.

Sucede que, llámesele realidad o pragmatismo, la verdad es que los argentinos estamos padeciendo una política desprovista de todo contenido ético.

En todos los niveles, desde los jóvenes que recién dan sus primeros pasos en la militancia, hasta los políticos y gobernantes más duchos y encumbrados, no mencionan para nada los ideales, los principios, los postulados, ni las doctrinas. Ni siquiera las ideologías. Solamente se habla en términos del más abyecto mercantilismo y la palabra “negociar” es la que con mayor frecuencia se utiliza en las relaciones oficiales y partidarias, internas y externas.

Pero todos los “negocios” que se concertan políticamente llevan el sello infamante de lo que en otros tiempos se llamaba “negociado”. Porque se trata de verdaderos pactos de toma y daca.

No tienen empacho algunos legisladores –léase diputados, senadores, concejales- y dirigentes en hablar de lo que se pide y de lo que se ofrece en determinados status legislativos para resolver una votación indecisa. Ello es una de las consecuencias del servilismo en política. Ejemplos sobran.

La ética en política, la gran ausente contemporánea, hunde sus raíces en lo popular verdadero, que es decir, en el mandato de los desposeídos. La intrasigencia en el cumplimiento de ese mandato es la virtud cardinal de los conductores y estadistas cuando lo son de verdad y patrióticamente.

En cambio, cuando trepadores y audaces se adueñan de una conducción política o estatal, no llevan detrás de sí aquellas infraestructuras partidarias y se ven obligados a usufructuar y fomentar el nepotismo, el servilismo que constituye una verdadera lacra de la condición humana.

Porque el servil no sirve; lo que sirve vale, lo servil es sinónimo de bajeza. No vale.

Se cae en el servilismo a veces inconscientemente; por necesidad, por confianza en determinada persona, por afán de figuración, etc.

Los audaces y trepadores tienen un sentido especial para detectar y acaudillar serviles, cuyas primeras condiciones deben ser la ignorancia y la incapacidad, de manera que siempre se sientan obligados a una dependencia indiscutible.

Todo esto queda bien en claro y  descubierto cuando la adversidad asesta un golpe a los audaces y trepadores. El rebaño queda desconcertado y arremete hacia cualquier dirección para escapar o esconderse.

Todos los militantes que hicieron sus primeras armas en los tiempos de adversidad partidaria, están templados para no sucumbir a la tentación de la droga del poder o los halagos de la espectabilidad. En cambio, a aquellos que subieron sin esfuerzo al carro triunfal de los audaces y trepadores, el menor contraste los desequilibra y deja en descubierto, ofreciendo despreciables espectáculos de humillante claudicación ante los adversarios. Como opositores, defeccionan blandamente y de tigres que parecieron antes, se convierten en mansas ovejas.

Estos personajes, sus equívocas conductas y circunstancias de la militancia política, es conveniente y saludable destacar y observar con detenimiento en estos momentos en que nuestro país, lanzado a la vorágine neoliberal a ultranza, sobre todo, para tener en claro al menos, ¿qué banderas vamos a levantar?, dónde vamos a colocar nuestra billetera ¿por encima o por debajo de nuestra conciencia? ¿Qué autoanálisis nos exige una sociedad desvastada que necesita ejemplos claros de que las cosan no pasan al pedo? Ni lo de hace 100, 30, 20, 12 o 2 años. Está en nosotros sustentar un nuevo proceso político e institucional, que por numerosas razones habrá de resultar histórico; más que nada con el ánimo de proveer elementos de juicio y argumentos para las nuevas generaciones que constantemente se incorporan a los contingentes civiles de la Nación, teniendo en cuenta cómo son maltratados y porque es también una manera de fortalecer nuestra democracia.

 

 

 

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