Reflexiones

Feria del pueblo

Por Lucas Cortiana
domingo, 24 de agosto de 2025 · 08:00

La feria de mi pueblo fue el domingo pasado, en el nombre de los niños. El polideportivo local, en un día de viento y llovizna, no se dejó importunar por el obstáculo gris encapotado y reconfiguró en su geometría irregular —circular alrededor de la pista de atletismo, diagonal por los caminos hechos de pisadas, horizontal junto a la fila de árboles— un aire para barriletes y un agua que revitalizara los colores de las camperas y los gazebos. Pero los niños no saben de nombres ni de homenajes ni de un día exclusivo para ellos: saben de bicicletas brillando bajo el sol, del olor dulzón del algodón de azúcar que se pega en los dedos, de un payaso que tropieza de verdad aunque todos finjan que es parte del acto. Los niños no piden más que eso, que el mundo se les vuelva liviano y redondo como un globo inflado en la plaza, que el mundo se haga de música como una canción de Silbamundos, como esa que trae el viento desde el escenario: “Resulta que un día un caballo/ soñó que volaba/ y por un tobogán de estrellas/ llegaba hasta vos/ y vos en tu sueños pintabas/ sus alas de cielo…”

Pero la feria no fue sólo de ellos. En cada puesto había un espejo que reflejaba un pedazo del país, trasladando almas fragmentadas y esperanzas entrecortadas. En una carpa estaba la vecina que vende medias como si estuviera remendando la economía doméstica, el churrero que frita en aceite hirviendo los restos de sus sueños, los muchachos que venden camisetas de fútbol y regalan su sabiduría de barrio y potrero a los pibes que chusmean sin un peso.

Hablando del mercado de La Boquería de Barcelona y otros similares, Pérez-Reverte escribió que nos llenan “los sentidos de colores abigarrados, aromas entremezclados, rumor intenso de voces que pregonan, interrogan, tocan, regatean”. Y en Argentina, el componente simbólico. Argentina entera cabe en una feria de pueblo, en la ilusión de que con un sorteo gratuito se reparten bicicletas y destinos, del imaginario popular del choripán como plato típico, del mate símbolo de unión, del humo de una parrilla y del perro esperando que caiga un pedazo de carne.

Yo caminé entre los puestos buscando algo del Chivilcoy de todos los días, esa idiosincrasia de ciudad grande que surca altiva como un cometa sobre nuestras avenidas y ese carácter de pueblo que se hunde en el barro de cada casa: un olor perdido, una risa que reconociera, una contraseña de FONAVI y de Colón. Algo de eso encontré en el Circo Chivilcoy, una definición de nosotros: trapecistas que enseñan que el amor es confiar en que alguien te recibirá en el aire o un payaso con zapatos rotos que enseña que todos caemos al suelo y el público aplaudirá igual. La solidaridad y la apatía, la comunidad y la soledad.

En la feria del pueblo, los niños corrían ruidosos sin pensar que podrían despertar a la tormenta que dormía en un cielo de esta misma patria chica; los padres se quejaban del precio de las hamburguesas junto al mástil de una bandera que flameaba igual aunque estuviera deshilachada por las pequeñas batallas a la que la llevamos todos los días; los adolescentes buscaban un rincón para besarse a escondidas, porque ya lo dijo Lennon, sólo la violencia se puede practicar a plena luz del día. Y el intendente pasó a saludar, y aunque su sonrisa fuera sincera —también él, víctima de una clase sin credibilidad—, se dirá que se trató de una mueca aprendida en campaña. Él y nosotros, todos y cada uno, artistas de un mismo circo, magos queriendo sacar conejos invisibles de una galera vacía.

En la feria estaban todos y no estaba nadie. Se compraba ropa barata, se vendía nostalgia, se sorteaba la esperanza. Y pensé que tal vez Argentina sea exactamente eso: un país de ferias y de deudas, de payasos y tristezas, de resistencia y derrota.

Al final de la tarde un niño ganó una bicicleta azul. La levantó en alto como si hubiera conquistado el mundo. Lo miré y sentí algo parecido al amor, a un amor colectivo, esa rareza que aparece en las plazas, en las marchas, en las ferias. Esa certeza de que, aunque todo esté en ruinas, todavía podemos celebrar algo.

Comentarios

25/8/2025 | 14:02
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A ver....LA RAZON publicalo una vez almenos....y nosotros tranquilos....lo queremos igual...escribe lindo.