Reflexiones

89 segundos para la medianoche

Por Lucas Cortiana
domingo, 29 de junio de 2025 · 08:00

Hay algo que me da miedo. Son los relojes. Es ese ingenio que pretende visibilizar en un movimiento lo que es invisible. O es el tiempo. Llegar tarde. Despertar tarde. Llegar tarde a un aeropuerto. No oír la alarma y que ya sea lunes. Que la persona se haya ido. Que se haya ido hace rato. Fue certera la definición de José Hernández: "el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir", dijo. Aunque lo dividamos y midamos, el tiempo sigue siendo la desesperante espera, la nostalgia por los años idos, la incertidumbre de lo que está por venir, el miedo de quedarse atrás.

El tiempo, como el poder, siempre está arriba, enfrente, es de los otros, nos quita en vez de darnos, arrebata. Y hay demasiados dueños del poder y del tiempo. Las mismas manos dan cuerda a los relojes con intereses non sanctos, con esos mismos relojes miden la historia, con esa historia escriben el relato los que ganan. El tiempo y los relojes son armas de los vencedores. Le pertenecen a papas, reyes, a Julio César, a Gregorio XIII o a Stalin. Alguna vez —como documenta el libro 30 de febrero y otras curiosidades sobre la medición del tiempo de Olivier Marchon—, “los soviéticos inventaron una semana de cinco días” con la nunca secreta intención de explotar la fuerza de trabajo del proletariado.

Los relojes no son inocentes. Parecen herramientas, pero en realidad son una forma de vigilancia: sobre el cuerpo, sobre la demora, sobre el deseo. Hay algo humillante en tener que mirar la hora. Como si cada vez que uno lo hiciera reconociera una falta, una culpa, un retraso. Nos deshumaniza. Como un hombre parado frente a un cajero automático, relacionándose patéticamente con la máquina que escupe billetes, así de antinatural y absurdo es ver a un hombre hechizado por su reloj, actuando su sketch surrealista de Monty Python.   

El mundo entero se construyó alrededor de aquel miedo. El miedo a no llegar. El miedo a llegar demasiado tarde. Pero también el miedo a llegar justo a tiempo a una catástrofe. Demasiadas veces se ha predicho el fin del mundo, directa o tácitamente. Ya sea por el calendario maya o el calentamiento global, la medianoche del planeta ha tenido en vilo a sus habitantes.

En enero, el Reloj del Apocalipsis fue ajustado a 89 segundos del final. Una imagen, dicen. Un símbolo. Pero hay símbolos que pesan más que los hechos. Científicos, analistas, sobrevivientes, expertos en catástrofes programadas decidieron ese número. Son conocidos como la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos que desde 1947 usan la analogía “a minutos (o segundos) de la medianoche”, para representar la cercanía del cataclismo. 89 segundos. No 90, no un minuto y medio: ochenta y nueve segundos. El apocalipsis fantaseado o sustentado por la amenaza nuclear, ambiental o tecnológica da miedo, pero da más miedo la precisión de reloj suizo.

Uno cree que los relojes están ahí para ordenar el mundo. Pero quizás el mundo sea precisamente eso: una sucesión de alarmas que nunca llegamos a apagar. Hay personas que tienen desde hace años alarmas que suenan en horas de la madrugada sin ninguna utilidad. Las despierta brevemente y luego vuelven a dormir. Algo parecido le pasa a la humanidad. En 1949 el Reloj del Apocalipsis se adelantó cuatro minutos luego de que comenzara la “carrera armamentística”, marcando las 23:57. Tras corregir hacia atrás y adelante la manecilla larga durante décadas, en 2017 marcó las 23:57:30 y nunca más detuvo su marcha: la causa fue el ascenso de Trump y el espíritu nacionalista que resurgió en todo el mundo.

Me dan miedo los relojes. No porque midan el tiempo, sino porque lo señalan y al hacerlo nos dejan en evidencia a nosotros, los relojeros y los esclavos, los que damos cuerda y los que nos sometemos a sus leyes y a su tiranía. Y porque, paradójicamente, hay algo en su tic-tac frenético que no avanza: que se encierra, que vuelve, que a levógiro nos retrasa como seres humanos.

Comentarios

30/6/2025 | 14:52
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No podemos vivir atados al tiempo, pero hay tiempos que son de respeto de hombre de bien, de educación. Ese es el tiempo que debo cumplir, el de una reunión, un encuentro, una cita. Llegar tarde cuando se compretió un horario es faltar el respecto a los demas.