Reflexiones

¿Encontraría a la Maga?

Por Lucas Cortiana
domingo, 18 de agosto de 2024 · 08:00

A una ciudad se aprende a andarla, andándola. Nada se completa antes de tiempo, como nadie muere en las vísperas. París es enorme, no tanto por extensión como por su amplitud en el imaginario colectivo, como si un cartógrafo loco hubiese diseñado un mapa de relieves alucinados y avenidas delirantes que exceden la materialidad y que solo puede comprenderse con los ojos cerrados.

Después de todo, ¿qué puedo saber yo de París luego de cuatro días? Poco y nada de los pintores de la Place du Tertre, algo de los panes de la Coquelicot que comíamos con queso de cabra Chèvre y una rociadita de miel, nociones de la naumaquia del Parc Monceau y sus estatuas de mármol de Guy de Maupassant y Chopen donde nos sacamos fotos un día de mucho sol. Lo otro es todo ilusión. Pretenderse un personaje de Rayuela que en los cafés del capítulo 6 reconstruye «minuciosamente los itinerarios» de sus caminatas, que espera encontrase con el amor u otro milagro afín en pleno laberinto de calles; librerías y más cafés y los Fiat 1600 y la Maga.

Entonces, frente al Institut de France encuentro un libro, justo detrás de un cartel vial. La gente deja libros en los árboles colgando como flores equivocadas, en los bancos de las plazas como a una novia que la nostalgia no suelta, en los suspiros estratégicos de los puentes, en los tiempos sin tiempo de las salas de espera de los hospitales, en las estaciones de trenes para que los viajes no sean ordinarios. ¿Y aquella no es la Maga yendo en bicicleta hacia Montparnasse?

Los libros son los más fieles ángeles tutelares. No había llevado libros a Europa; tonta y tristemente no les había encontrado acomodo dentro de las valijas. En Madrid estuve bien, invitado por Luis a comer paella a La Barraca, en la Calle de la Reina y caminando con Camila siguiéndonos por el hilo de las conversaciones y refugiados en el murmullo de La Gran Vía. Pero en Barcelona ya me sentía embotado por la TV nocturna antes de dormir y por la arquitectura gótica que embestía contra uno hasta en los sueños. Necesitaba un libro. En Bruselas me detuve en una librería. Tuve la suerte de que el librero, impertinente, me preguntara, en inglés, las razones por las que debería gastar mis Euros en un libro en neerlandés que nunca iba a leer. Fue entonces, ya en París, que un miembro del Club de los Libros Perdidos había escondido ?un día antes, dos, esa mañana, hacía cinco minutos…? una colección de historias policiales con fotografías de Isabelle Chêne-Dubois.   

«La Maga había pretendido inocentemente hacer literatura…» 

Era la primera vez que encontraba un libro del Club. Entusiasmado, busqué en Google algunos datos sobre aquella asociación clandestina y generosa que, según el sello en el libro, se hacía llamar bookcrossing. Los cofrades dejaban coordenadas. Empecé a rastrear libros escondidos en plazas y calles de nombres desconocidos. Me perdí un par de veces. Pero tenía un apetito que debía satisfacer. Habíamos intervenido un mapa ?un mapa hecho por un cartógrafo loco? con marcas, referencias y flechas con lapiceras de todos los colores, subrayado de callecitas angostas y monumentos olvidados. Estábamos a la deriva urbana. Camila señalaba un sitio y yo seguía la dirección de su índice. París estaba llena de pistas de libros escondidos. Nos sentimos soñados por Cortázar, andando la geografía de su París, a los saltos por una rayuela cuyo primer casillero eran siempre los trenes de insoportable puntualidad y el cielo la estación que tomaríamos por sorpresa. ¿Encontraríamos a la Maga?

El tema de nuestro extravío eran los pequeños hallazgos que habríamos de contarnos luego en el desayuno. Hacíamos lugar en la memoria olvidando la ciudad que aparece en las postales y que nunca existió. Nos llenábamos de libros. Volvíamos a dejarlos en bancos y fuentes con sencillas dedicatorias. A veces ponía mi nombre, otra veces, «Bebé Rocamadour». Nos preguntábamos qué buscaba Cortázar en las oscuras salas de la Cinémathèque, qué buscaba Oliveira y qué buscábamos nosotros. Qué estaba buscando la Maga y qué creyó encontrar cuando observó que en París «la gente hace todo el tiempo el amor y después fríe huevos y pone discos de Vivaldi». ¿Estaban buscando la ciudad? ¿Qué ciudad? ¿París? París no existe. Acaso sería la ciudad que se esconde en los libros que la ciudad esconde. Ahí encontraría a la Maga.

Comentarios

18/8/2024 | 17:48
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Esto es parte del capítulo 6 de Rayuela de Julio Cortázar. Porque el auto de la nota no lo pone o acaso el diario se olvidó.No todos leyeron al gran autor.