Reflexión
El jardín de la derecha, el jardín de la izquierda
Por: Lucas CortianaEn el jardín de la derecha están todas las flores del mundo. Hay una fuerza secreta y una voz imperativa pero generosa que ordena a la belleza, y la belleza se hace por arte de Dios. Es imposible mencionar cada flor; algunas ni siquiera tienen nombre, por eso es fácil comprobar que pertenecen a la índole de lo infinito. Adán les designa un nombre por color, pétalo y perfume. Justifica su vida y la vida de las flores. Designa una palabra a la flor o es la flor la que le acerca el nombre que debe tener; Adán es el primer poeta y su jardín, asimismo, es un jardín de metáforas. Fue distinguido con un fuego en el corazón y en la conciencia. También es testigo de los primeros pimpollos y las primeras marchitas: el mundo es nuevo, por eso el primer pimpollo no tuvo nombre ni tampoco la primera flor marchita sino hasta que Adán acertó el nombre ineludible con su pensamiento.
Su trabajo requiere de la eternidad pero los días no son insuficientes; a veces mira el cielo y se pregunta si deberá, en la perpetuidad siguiente, nombrar cada estrella. También se pregunta cuántos hijos tendrá y si transferir la perfección a otras criaturas lo hará aún más semejante a Dios.
Nada tiene nombre y todo lo tiene algunos días después. Deja constancia de cada cosa hablando con Dios y Dios aprueba su imaginación. Pero algunas cosas ya las ha nombrado Dios: hay ángeles en los cielos que ya se llaman «ángeles» y hay un reino en el cielo que ya se llama «Reino». Dios nombra a las cosas invisibles. La muerte aún no está en el jardín pero ya tiene nombre. Es una palabra que dijo Dios antes de que la palabra fuera algo.
En el jardín de la izquierda siempre es de noche, pero hay luces vivas que amplían su belleza deslumbrante y la enriquecen. El hombre Adán acude sólo al jardín con una apetencia antigua. Ya va sin inocencia ni convicción aunque su trabajo en aquellas naturalezas del mundo esté completa: la rosa debía de llamarse «rosa» y se llama «rosa»; el rocío que flota en el aire de la madrugada debía llamarse «rocío» y así se llama; no podía tener otro nombre el azul de las hortensias y Adán lo ha llamado «azul».
Sin embargo, Adán va al jardín de la izquierda arrastrando los pies, confundiendo los senderos. Tarda en llegar. Cuando está cerca, su sombra empieza a retroceder y las hojas que ardían verdes al mediodía son mitigadas por una oscura luna. Sólo las luciérnagas en los límites del jardín iluminan las primitivas flores, pero, demasiado lejanas, no se exhiben para Adán o bien se muestran inexactas con un resplandor inaccesible para el hombre, un brillo inmerecido para el hombre…
La voz que viene del jardín tampoco es clara o no es claro el mensaje o el mensaje no es para él. Adán no puede intervenir cuando Dios habla en el trueno o en la brisa. El idioma de Dios es sencillo y se manifiesta en los elementos. Sus mensajeros dialogan con las aves y predican en los bosques y aluden al verbo (que es sonido y movimiento) en las hembras que paren vida y en el eco del agua que transpira las rocas en las grutas; pero el hombre Adán no entiende la Palabra y hasta el crepúsculo le resulta un signo intrincado pero el paraíso ya le ha hecho la seña elocuente de rechazo que él, tristemente, entiende.
Pasaron varias noches, incontables. En la eternidad los números eran inútiles, por eso Adán nunca se había dado a la tarea de nominarlos. Ahora empezaba a creer que sería conveniente medir la finitud. Así, cada vez que el día termina, pone una roca sobre la tumba de Abel y así ejecuta una incierta matemática y un certero luto.
El silencio ha seguido al dolor. Ya no habla con Dios y apenas habla con otras personas. Ha olvidado muchas palabras, ha olvidado el nombre de muchas flores.
La población mínima lo ha dejado solo. Su esposa, sus hijos e hijas, sus nietos, sus sobrinos. Vale menos que sea el padre de todos a que sea el maldito, el condenado. Come fuera de la aldea y duerme en una cueva. Postergó para siempre (solía decir «para siempre» y le costó acostumbrarse a razonar lo efímero) levantar su mirada al cielo y sus ojos comenzaron a buscar la tierra. Hubo un tiempo en que su familia lo llamaba para que presenciara los nacimientos y para que escuchara los primeros llantos. Adán no tardó en comprender que aquello era otro tipo de castigo y dejó de asistir.
Ante la tumba de su hijo le ha dado nombre a cosas nuevas. Nombró «culpa» a lo que Dios había nombrado «pecado» y nombró al «llanto»; a la tristeza grande que se aferra al pecho sin soltarlo la ha llamado «desconsuelo». No le puede contar sus descubrimientos a Dios ni a su familia, pero está seguro que ellos también darán con la única palabra que intrínsecamente ya poseen las cosas. Ya ha dicho «perdón pero nadie lo ha abrazado. Tal vez aún desconozcan su significado, tal vez sea revelado cuando cumpla su penitencia.
Todas las noches Adán sueña con los dos jardines, uno a la derecha y otro a la izquierda. Sabe que el jardín es el mismo, el de la derecha es el que ha perdido. A veces, abatido, de madrugada, ha salido a buscar el jardín de la derecha solo para comprobar que la entrada está clausurada. De lejos se ven luces custodiando las puertas del jardín: parecen luciérnagas pero Dios le ha dicho que son querubines y que sostienen espadas llameantes. Fue la última vez que habló con Dios.
Dios siempre ha nombrado a las cosas invisibles, sólo que ahora, en el jardín de la izquierda, también son visibles para Adán: los ángeles y la muerte.