Semana del parto respetado
El umbral del dolor
Nunca pensé que en el día más importante de mi vida iba a querer morirme.Estoy en la cama y el sol que entra por la ventana me molesta, porque me quiero dormir para no sentir más dolor. No me puse el camisón maternal nuevo porque la temperatura me agobia. Para colmo parecen ir a la par: cuanto más dolor, más calor. Transpiro como un animal que espera su destino en el matadero, pero mi final se hace lento; no es un golpe seco sino una lenta agonía que se va llevando de mi cuerpo y de mi alma la energía y la alegría por el nacimiento de mi bebé. Me estoy reduciendo a un mero envase que contiene una sola cosa: dolor.
Observo a mi hijita que está en brazos de mi mamá, yo no soy capaz de sentirla sobre mí porque cada vez hiervo más de dolor. Pienso: “al menos ella sí está bien, a ella no le duele nada”. Decido volver a intentarlo, tantas veces me dijeron hoy que cuanto antes me pare, más rápido me voy a mejorar que me están haciendo sentir culpa por estar acá, en esta cama quejándome porque me duele mucho, muchísimo la panza. No quiero ayuda, voy a hacerlo sola, por mi bebé. La puerta de la habitación está abierta para que corra aire, veo a una mujer rubia a la que también operaron hoy. Camina por el pasillo y la felicitan “estás para una maratón” escucho que le dicen los enfermeros. Siento envidia, yo también quiero pararme y caminar. Otra vez me viene ese calor y esa sensación de desvanecimiento. El dolor me late, me corta al medio y digo “me bajó la presión”, pero los enfermeros me la toman y me dicen que estoy bien, todo normal. Pido más calmantes y sigo pidiendo durante todo el día. Ya pedí como siete rescates, nunca pensé que iba a doler tanto. Les comento: “sabés que desde que me sacaron la sonda hoy al mediodía no hice más pis”. Me dicen que seguro hice en mi pañal y no me di cuenta. Yo miro las dos bolsas de líquido que están conectadas a la vía, el suero y el ketorolac ¿ketorolac? ¡Si cada vez siento más dolor! Tomo agua y le pido a mi familia que me traigan más, bien fresca, casi helada, porque tengo calor y porque me dijeron que tome mucho líquido. En el almuerzo me trajeron caldo y gelatina, así que voy bien, mucho líquido, pero ¿será normal que aún no hago pis? Voy a intentar pararme otra vez pero sucede lo mismo: calor, palpitaciones, dolor, llanto. Me tiro un vaso de agua en la cabeza para espabilarme. Viene la enfermera con cara de harta y mientras me vuelve a acomodar en la cama lloro, porque me duele cuando me mueven y cuando me tocan. Me duele como nunca antes algo me dolió. “No, no, mami, si llorás le pasás todo eso a tu bebé”, me dice. Trago el llanto, pero sé que algo no está bien. ¿Me habrán dejado algo adentro sin querer en el quirófano? ¿Una tijera que me esté cortando por dentro? porque eso es lo que siento. Un enfermero canchero, que se las sabe todas, me dijo que tengo un umbral del dolor bajo. Yo le dije que tengo tatuajes y que me han arreglado caries sin anestesia “no importa, esto es distinto” dice él y me reta porque me desprendí la faja, porque el dolor no cesa y se torna más intenso e insoportable. Entonces me la ajusta bien, bien fuerte mientras me reprende como si yo fuese estúpida. Más me aprieta, más me duele. Mi familia y yo no decimos nada porque ellos son los que saben ¿verdad? Si ellos dicen que está bien que duela así debe ser verdad…
Ya no entra luz por la ventana. Pasan esas motos ruidosas por la avenida en dirección a la plaza España y el ruido me saca del soponcio agónico. Pido que me pongan a mi bebé en el pecho pero el dolor ya llega hasta el esternón. Tampoco tolero el peso de la sábana que está manchada con mi sangre y que nadie cambió. Sigo sin ponerme el camisón maternal “¿Tanto duele una cesárea?” -pienso- “¿cómo se hacen esto otras mujeres si duele así?”
A la madrugada hago mi tercer intento para pararme. Esta vez con el objetivo de ir al baño. Yo les digo que no hago pis, y no, no sé si hice en mi pañal porque no siento nada y porque no puedo verlo por mí misma, pero ellos tampoco se fijan. Creo que esta vez voy a lograr pararme, pero al tocar el piso se apaga todo. Entro en un sueño ¿estoy muerta, al fin? Mi cuerpo me hizo perder la conciencia para regalarme algunos segundos sin dolor. Sueño. Me despierto con mi mamá zamarreándome entre sollozos y pegándome golpecitos en la cara. Yo solo quiero volver a ese escenario onírico de falso bienestar. Respiro y hago ruidos raros, como guturales. Escucho un eco, la voz del enfermero que vino a ayudar a mi mamá. Dice que son ataques de pánico, crisis, componente emocional…
A la mañana siguiente, más retos y sermones: que esto es una operación compleja, que obvio que duele, que el bendito umbral del dolor, que me reponga porque mi bebé me necesita. Me tocan la panza para cambiar el vendaje. Grito. Ya no quiero más. No quiero que me toquen ni que me hablen ni que me reten. Me tiembla la boca, como cuando tengo frío, pero es por el dolor que ya llegó a su punto máximo. El canchero que se las sabe todas me sigue criticando, pero ya no lo escucho. No escucho más a nadie porque ellos no me escucharon a mí. No hago pis hace ya veinte horas y tengo dos sueros conectados y tomé dos litros de agua y un caldo y una gelatina. Pero para ellos me duele “porque hablé” y no me la aguanto. Por fin me ponen el catéter, con desgano, como si no sirviera de nada. El canchero me avisa que me va a doler ¡Ja! Sale mucho pis y el dolor merma lentamente. Luego de una hora me paro, me pongo el camisón maternal nuevo, agarro a upa por primera vez a mi bebé, le cambio la ropita y la peino porque tiene mucho pelo. Después, camino por el pasillo como la mujer rubia y me cambio mi pañal, que no tiene pis, y me doy un buen baño. Aún falta un día para irme de este averno, pero la cara de tujes de la enfermera que me dijo que no llore se tolera más ahora que no siento que me parto por la mitad.
Nota 1: La retención urinaria es la incapacidad de un individuo de orinar pese a tener la vejiga llena, con su consecuente aumento de volumen, lo que se conoce como globo vesical. Síntomas: dolores al nivel del hipogastrio, ausencia de micción durante varias horas, confusión, estado de agitación, dificultad para comenzar a orinar, dificultad para vaciar la vejiga de forma completa, incapacidad para sentir cuándo la vejiga está llena. Fuente: wikipedia.
Nota 2: La navaja de Occam es el principio o teoría que dice que en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable.