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¡Vivan las universidades, carajo!
Un reciente sondeo de opinión pública de alcance nacional realizado en las primeras semanas de abril por la consultora Zuban Córdoba muestra que un 59% está en desacuerdo con el congelamiento del presupuesto universitario. Ese mismo estudio, muestra también que el 88% manifiesta acuerdo con la frase “la educación pública es un derecho de todos y debemos defenderla”.El apoyo a la educación pública, en general, y a las universidades en particular es un dato que se mantiene inelástico y consistente en el último tiempo y muestra una cohesión mayoritaria. Es, por caso, uno de los temas en los que entendemos que existe un consenso generalizado, esto dado por la construcción de sentido a lo largo del tiempo, de manera transversal, consolidando una mayoría que desborda largamente las columnas vertebrales de electores de los distintos espacios políticos.
¿Cómo llegamos al desprecio de la universidad pública por parte del máximo representante elegido por el pueblo, el Presidente de la Nación?
Esta es una simple pregunta que nos hacemos todos quienes defendemos la educación pública en cualquiera de sus niveles. Es una pregunta que nos incomoda, nos provoca, nos exige un análisis y autocrítica; pero también una respuesta.
El combustible del conocimiento es la inquietud sobre aquellos fenómenos que llaman la atención, que despiertan el interés; es también hacernos preguntas. Las universidades nos enseñan a hacernos preguntas y a encontrar las respuestas que, en una lógica circular, nos llevarán a nuevas preguntas y así conformamos un círculo virtuoso de conocimiento.
Las universidades son espacios a los que acudimos en busca de saberes y en los que permanecemos generando nuevos conocimientos, donde se estimula el pensamiento crítico que es muy diferente al adoctrinamiento aunque el presidente no discierne esta diferencia sustancial.
Entonces surge otra pregunta. ¿Qué vamos a hacer para defenderlas?
La respuesta es simple: defenderlas.
Por su carácter público, las universidades son instituciones que promueven la igualdad y tienen por objeto equiparar las desiguales condiciones de partida de individuos de una comunidad para democratizar las posibilidades de progreso. Este concepto lo simplifica con claridad el artista urbano Wos cuando en la letra de una de sus canciones dice “no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades, esa mierda no funciona”.
Fue en tiempos de la ilustración francesa que el concepto de patria amplió su espectro semántico desbordando el espacio natal o adoptivo y lo territorial vinculado a cuestiones culturales, históricas y afectivas; para incluir las ideas de soberanía, nación, ciudadanía, la felicidad y la libertad.
Las universidades, como brazos institucionales de la educación, son instrumentos esenciales para ser soberanos, para construir ciudadanía y ciudadanos plenos, para ser felices y para ser libres en un estricto sentido que desborda la banalización que hacen de este concepto quienes nos gobiernan.
Si la educación nos hará felices y libres; entonces necesitamos de las universidades para ello porque son una de las herramientas de la patria.
La universidad es cultura.
La universidad es ciencia.
La universidad es progreso.
La universidad es futuro.
Nadie puede arrogarse la potestad de sentenciar a las universidades.
La universidad es de todos.
La universidad es patria y, como dijo José de San Martín, “cuando la Patria está en peligro todo está permitido, excepto no defenderla”.
Por eso el próximo martes 23 de abril vamos a marchar a Plaza de Mayo, los que fuimos a la universidad, los que están yendo, los que en el futuro van a ir y, sobre todo, quienes piensan que el país no tiene futuro sin educación pública.
Mientras el gobierno nacional quiere dejarlas morir; no tengan dudas, que somos muchos más los que las vamos a hacer vivir.
¡Vivan las universidades, carajo!
Diputada Nacional Constanza Alonso
(Unión por la Patria).