Opinión
Alonso, Britos y el síndrome de la silla vacía
Por Luis E. RosittoCorría mayo de 1989 y el periodista Bernardo Neustadt impulsaba un debate público entre Carlos Saúl Menem y Eduardo César Angeloz, los dos principales candidatos a la presidencia; como escenario ofrecía su programa "Tiempo Nuevo", un recordado ciclo televisivo que cada martes marcaba la agenda política nacional. Lo que nadie imaginaba es que la iniciativa iba a pasar a la historia como la noche de "la silla vacía". De esta manera se recuerda la noche que Menem no concurrió al debate impulsado por Neustadt.
Cuando la gente del Centro Regional de la UNLu, pensó en realizar un debate de candidatos a intendente de nuestra ciudad, también pensó que cada uno de ellos podría decidir libremente por sí o por no.
Tres de ellos, Carlos Perillo, Oscar García y Ariel Franetovich contestaron por sí en tiempo y forma. Hasta ahora lo único concreto y previsible que nos asegura el debate, como ya lo explicitó la entidad organizadora. Guillermo Britos hizo saber que él fue el primero en contestar que sí, pero, con la condición de que fueran los cinco candidatos. De ello se deduce que la asistencia -o no- del intendente depende -exclusivamente- de lo que decida hacer la diputada nacional Constanza Alonso, que nunca contestó nada, por lo menos que se sepa, por lo que hasta ahora su silla está vacía. Por consiguiente y de acuerdo a las condiciones que impuso, la de Britos también.
Eso transforma el sí de Britos en un NI. Un NI es como un no menos contundente. Aclaro que prefiero un no, porque siempre se pueden dar explicaciones y fundamentar sobre por qué no concurrir.
La situación de Alonso es similar, pero peor. El cri cri cri no la favorece. Porque le pusieron nueva fecha dos veces y por lo menos en la última se sabía la postura de Britos. O sea que si decía que sí estaban los cinco participantes del debate. Nuevamente el cri cri cri, llevando la situación a un terreno de incertidumbre y en la incertidumbre cabe la pregunta ¿era necesario hacer un sainete en capítulos de una decisión que debería haber sido absolutamente personal y sin especulaciones, por respeto a la UNLu, a la gente, a la democracia y a sí mismos.
Yo, un declarado iluso político, me quedo con la imagen y el deseo de las cinco (5) sillas ocupadas.
Por lo menos para ponerle una “curita” a esta desvencijada democracia que no supimos construir.