Chivilcoy-Once / Por Lucas Cortiana

El tren Chivilcoy-Once y un día por las tiendas del barrio de compras por excelencia

domingo, 7 de mayo de 2023 · 08:05

La puerta del vagón se abre y la gente del andén reemplaza los bancos de la espera por los asientos del renovado y recuperado tren, sin lujo europeo, pero el preferido del chivilcoyano que baja en Once ligero y vuelve a subir a la tarde cargado, en busca del mismo asiento, a esa altura del cansancio, tan cómodo que admite una siesta. No es que a la ida no hubiera un reposo a gusto, con el traqueteo que acuna y los pasillos introspectivos, pero la ciudad grande agota al visitante con impunidad. Así, mientras el pasajero vuelve encomendándose al sueño en el respaldo, allí seguirá mañana Buenos Aires, suelto y peligroso, cuando las puertas del tren Chivilcoy-Once se abran otra vez.

No hay lujo ni pompa en el paseo por Once, más bien el avance constante entre tiendas judías, colectivos que le pasan finito a cualquier peatón que ponga un pie en la calle, tiendas bolivianas, bolsos y bolsas colgando a los lados, changuitos de aparición fantasmal, tiendas peruanas, los comerciantes de Chivilcoy que se saludan con la leve reverencia de dos desconocidos que se reconocen por un instante, los perros desamparados, las tiendas argentinas. No es el palacio de la compra (las suntuosas galerías repletas de símbolos de estatus) ni su calle (los manteros con sus productos de imitación, otro símbolo de las clases), sino un limbo de la lucha del hombre y la economía, donde pactan su armisticio hasta volver a matarse en la próxima crisis inflacionaria. Once también es un derecho implícito del hombre insatisfecho.

Hurgar y examinar, buscar con apetito en iguales proporciones de sufrimiento y disfrute. El mejor precio, el precio al por mayor, los anaqueles altos, el chamuyo del vendedor, la curva completa. Comprar para desquitarse y procurar una victoria. El que compra para vender luego en la feria de la plaza y el que compra para “armarse”, figuras que interpretan un mundo gigantesco e infinito limitado por las Avenidas Rivadavia, Pueyrredón, Corrientes y la calle Pasteur. En esas actividades ensayamos un estilo de patética prosperidad.

Porque los cimientos simbólicos de esta área en apariencia acotada es la babel comercial y centenaria de inmigrantes apasionados por el comercio. Sobre un cosmos inmaterial y secular se alza Once: los árabes que vendían telas y los judíos que vendían vestidos, las mercerías armenias, las sombrererías italianas. Sus veredas guardan un secreto con nostalgia que es a la vez la proyección de un pedazo de barrio dominado por la ansiedad y el frenetismo. De alguna manera, responde a un deber intransferible a otro barrio o localidad, arrogándose el título de “gran bazar”, pero con el veredicto favorable de comisionistas, mercachifles y empresarios.

Las compras terminan cerca de las 4, aunque el resto del mundo corra con diversas suertes en las estaciones, pero la satisfacción no es total hasta sentarse por una pizza aguardando la última ganga: las medias del chiquito, que se lleva también la porción fría, como una solución teórica a problemas que están metidos de cabeza y cuerpito entero en la ciudad de Buenos Aires.   

Acaso sea yo el único que está leyendo Ensayos impopulares de Bertrand Russell en su versión impresa, con las piernas estiradas, en el asiento 56 ventanilla del coche 501. Leo hasta que la luz natural lo permite, luego la noche del tren nos arrastra a dormir. A falta de un señalador, el dedo índice queda marcando la página. Volvemos a Chivilcoy. Cruzando el pasillo, una chica sostiene en sus manos la única luz, lo suficientemente grande y brillante para que yo pueda ver las publicaciones de Instagram que pasan con la velocidad de los postes al costado de la vía. Hasta que abre su historia, elige una foto del carrete de tocados y abalorios, y escribe a su comunidad: “Chicas, hoy se viajó. Mañana subo los nuevos ingresos.”

No alcanzo a ver el nombre del negocio. A mi lado, Camila me dice que le pregunte. Le digo que me haga acordar cuando bajemos.

Comentarios

8/5/2023 | 12:48
#188048
Que pasó con la nota mía???? NO VENDE !!!!
7/5/2023 | 10:36
#188047
Muy bueno tu RELATO...me transportó al año 60 cuando ORILMA tenía su tiendita en la VIAMONTE... hacía este intinerario con alguna de sus SOBRINAS pero te faltó decir que luego de tantas corridas de un local a otro el punto de encuentro de casi todos.....eran LAS. CUARTETAS...la pizzería de moda y más BARATA Y RIQUISIMA DE BUENOS AIRES...Ella pudo poner al frente de su casa...una hermosa TIENDITA con precios acomodados y algunos FIADOS...Hasta que apareció en el barrio ...una señora con NOVIO ...auto...y chapita en los hombros ...y denuncia Municipal que hizo que se cerrará su tiendita acomodada...y entonces se acabaron las posibilidades DE TODOS SUS CLIENTES... Haaa... Y la otra VENDIA ADENTRO..SIN VIDRIERA ...NI GASTOS DE IMPUESTOS.....HAAA PERO CON EL NOVIO QUE LE TRAIA LA MERCADERIA EN LA PUERTAAA.....fue una época hermosa y creo que tal vez TU TIA COCA FUE CLIENTA......
7/5/2023 | 08:35
#188046
Excelente descripción ...!!!