Literatura / Por Lucas Cortiana
Res Extensa, de Zulma Zubillaga
La poeta chivilcoyana presenta su nuevo libro: una experiencia de lectura que se abre en todas las direcciones del sentir y el pensar.Wittgenstein escribió sobre su Tractatus lógico-philosophicus que el libro debía ser leído como un andamio que ayuda a alcanzar una verdad en un estadio superior, una verdad imposible de expresar a no ser por un lenguaje sin condiciones de construcción de sentido. Luego de alcanzar ese campo de comprensión elevada, el andamio debía ser quemado.
No correrá la misma suerte de flama y cenizas para Res Extensa (Ediciones El Mono Armado, 2023) el nuevo libro de Zulma Zubillaga, pero sus líneas se niegan a permanecer estáticas sobre el papel poético y buscan salirse de él hacia los desniveles del territorio inasequible de lo divino o se arrastran por obra de la marea de Zulma, a la deriva de un silencio revelador. Guarnecidos por el cuerpo —esa res, en toda su longitud, anchura y profundidad—, la empresa —el poema— adquiere el alcance que la mente, jamás en tierra firme, le permita. Un dejarse llevar, de espaldas, pero mirando a la propia sustancia y a Dios (“¿es en este cuerpo […] o merodeo la luz […]?”).
No es equivocado afirmar que un buen poemario es un ensayo del pensamiento. Un pensamiento que no nos pertenece a fondo y en donde reside la exquisitez del lenguaje, que ya es otro mundo, un mundo dentro de un mundo, un cosmos dentro de un océano. Zubillaga recurre a la poesía como una unidad donde interpretar el alma (“salgo a desatar/ estos muros secretos que me ciñen”), donde a propósito se deja confundir con las voces lejanas de la muerte pero atrayéndolas para darnos su impresión en el momento en que las recibe (“veo que la muerte viene en su caballo/ toca/ desenfunda el corazón”). Claro, hay una traducción, hay pedazos organizados de belleza y verdad, pormenores de una estética de lo bueno y lo malo, que solo puede ser concebido por la pluma íntima y mínima, cuando el asunto es monumental y excesivo. Es decir, un “nulo porvenir”, una muerte, no puede ocupar más espacio que “yo me rindo al meneo de la muerte/ al exilio de sombras en el aire”; una soledad tan larga no puede expresarse sino en breve: “cómo duele la ausencia/ pensamiento/ que cae”.
En la profundidad emocional del poema no hay recelos de intelecto, Zubillaga siente mientras escruta, acaricia la flor por placer mientras descifra por profesión. Allí la complicidad con Wittgenstein cuando escribe en su Tratado “hay, ciertamente, lo inexpresable, lo que se muestra así mismo”. Zulma dice lo que no se puede decir, porque la poesía, una religión de la felicidad o de la tristeza, percibe y presiente el mundo y lo que hay fuera de él, lo que subyace y, con atrevimiento y sin escepticismo de ir hacia la duda para encontrar más duda. No ha sido descubierto nada por medio de la poesía, pero Zubillaga sabe que un rato de luz en un verso es toda la confirmación de que la verdad está allí, en la comunión con la palabra (“el peso contenido en cosa seca/ o ciertas semillitas como del asombro”).
Por eso, Res Extensa, es un ejercicio de humildad. Todo poemario debería serlo, y no resignarse a menos que eso. Es traslúcido, en tanto deja pasar el rayo que llega al corazón, pero se sabe incapaz de ofrecer nitidez, porque ese empañarse es el secreto (“caigo rota del lado del misterio”). Más rayo sería un abuso al lector. ¿Qué clase de pedantería sería una poesía que en vez de sutilezas presumiera conclusiones tajantemente? En cambio dice una fe, Zulma, una fe herida, predicando un alivio que ella misma experimenta, ofrece un reposo del cansancio, un entendimiento que es extraño porque depende de la fe del que está perdido pero cree en un norte personal que lo oriente solo a él.
Res Extensa es el andamio. Eleva y permite alcanzar una dimensión que trasciende lo poético y se adentra en los campos del “ser” (lo ontológico), de los juicios de Descartes, de lo fundamental humano. El poema deja un espacio que ocupa el sentido vital, eso que se comprende mientras va ardiendo.