En recuerdo de Juan Di Venanzio

"Grela es un gran músico, pero él inventó un estilo", me dijo cierta vez Juan Di Venanzio cuando me hablaba sobre la guitarra de Tango. No solía hablar mucho al respecto, y nunca de su boca salían palabras duras, no por pacatería ni prudencia: simplemente así era su espíritu, dotado de una inocencia y ternura intacta aún a sus ochenta y tantos años, a los que acaba de irse de sorpresa hace un rato.

Aún con esa bondad a flor de piel, hablar sobre Tango podía hacer que su rostro, permanentemente sonriente y amable en todas las veces que lo he visto a lo largo de más de tres décadas, ya que lo conocí desde mi nacimiento por su amistad con toda mi familia, se pusiera momentáneamente serio. Y, dentro de esa afirmación sobre Grela que puede parecer elogiosa, "Juancito" -como le decíamos todos sus amigos y conocidos- ocultaba un juicio bastante preciso: para él, la guitarra de tango era otra cosa.

En ésta época en donde todo el Tango pareciera estar perdido, que un guitarrista se dedique a estudiar a Grela es un logro gigantesto. En cambio, que reconozca que durante la época dorada del género, y antes también, hubo otro estilo muy diferente, es prácticamente una imposibilidad. Raramente se estudian en profundidad, que yo sepa, estilos anteriores a la década del 50 en las academias de guitarra tango, y, salvo contadísimas excepciones, muchas veces motivadas por algún cantor que quiere imitar el estilo de Gardel o Corsini,, fuera de ellas tampoco hay cultores de la guitarra tanguera que no sigan la línea grelística. Por esa razón, Juancito, no se perdía la oportunidad de deslizar algún comentario de esa índole de vez en cuando.

Desde luego que Juancito no aprendió a tocar la guitarra en ninguna academia. Su padre no quiso que él estudiara música, por lo que debió conformarse con aprender de lo que escuchaba en la radio y en los discos. En aquella década del 40 en que transcurrió su infancia, todavía descollaban, por ejemplo, las guitarras de Pagés/Pesoa/Maciel, que acompañaban a Corsini, y luego, sin Maciel y sumando a Adolfo Carné, Achaval y Milton, a Rivero en su debut como solista en 1950.

Por su edad, bien podría haber aprendido el nuevo estilo de toque con "púa" que se inauguró en la guitarra de Tango en los años 20 cuando Aguilar ingresa al grupo de Gardel, aunque tardó bastante en hacerse el estándar, recién después de la aparición descollante de Grela. Sin embargo, siempre fue un apasionado por el estilo de la época de los cantores nacionales: Gardel, Charlo y Corsini, fueron siempre su pasión. Juancito aprendió a tocar ese estilo y también a cantarlo. Entonaba con maravillosa voz y notable expresión tangos, estilos y canciones criollas, aunque siempre fue reconocido en nuestro pueblo de Chivilcoy como guitarrista. Hace cosa de una década dejó de cantar porque se cansó de que lo compararan con Corsini, el parecido era, verdaderamente, notable, sobre todo en la forma de pronunciar y de emitir la voz, aunque cantaba en tonos un poco más graves; "yo canto como Juan Di Venanzio, no como Corsini".

La frase "yo no me copié de nadie" la solía decir con frecuencia. Era notable porque costaba no asociarlo a toda una época y una manera de tocar la guitarra. Su manera de "marcar" el tango usando el pulgar y el índice, haciendo los acordes hacia arriba y hacia abajo, algo que pude "pescar" que también hacen los guitarristas de Gardel, gracias a la versión restaurada de los cortos de 1930 que se publicó hace dos años en youtube, con una precisión muy llamativa y un sonido nunca estridente, es un tipo de acompañamiento que, hoy en día, solo se puede ver bien hecho por otro fanático de la guitarra criolla, el "Tata" Cedrón. El toque de guitarra sin uñas, utilizando la yema de los dedos, y no solo la punta de las yemas sino una buena parte del dedo, le daban una fuerza a su sonido que parecía inacabable, que nunca -cuando tocábamos juntos- me pareció poder empatar. Y ese canto tan ligado y vibrante que sacaba a las primas, y los bajos bien pulsantes de las bordonas.

Es cierto que, de todas maneras, su estilo fue bien propio y me quedarán grabadas para siempre en la memoria sus versiones de La Cachila, de Arolas, Inspiración, de Paulos, y todos los "punteos" de los valses. Su memoria prodigiosa recordaba no solo miles de canciones que podía acompañar en cualquier tono, sino también todas las introducciones e interludios originales, que eran un arte en sí mismos.

No era un buen consejero porque su prudencia le impedía hablar mal de alguien. Aunque su gusto y disgusto eran transparentes y era muy fácil saber cuándo aprobaba o desaprobaba alguna de mis interpretaciones. La aprobación se hacía sentir de inmediato porque un tango bien tocado le producía una felicidad explosiva. En cambio cuando le mostré, con mucho entusiasmo, uno de mis primeros arreglos para guitarra solista, muy serio, me dijo "lo que pasa es que el tango tiene un nervio que si se lo sacás pierde todo". De esas simples palabras, que son como un ovillo de ideas, sigo tirando quince años después, y seguramente seguiré.

Nunca dejó de parecer un muchacho, sobre todo con la guitarra en la mano, que empuñaba apoyándola en sus dos piernas, con el diapasón apuntando hacia arriba; o cuando llegaba a su casa con chocolatines para Marila, su adorada esposa.

Se va con Juancito el ultimísimo guardián de un estilo y de un toque único. Y un amigo de un afecto infinito que, seguramente, extrañaremos un montón de músicos y vecinos de Chivilcoy.

Alejo de los Reyes