Reflexión / por Lucas Cortiana
Pequeña Amal
La crisis de refugiados sirios incluye a más de 2,5 millones de niños que viven desplazándose sin encontrar un lugar seguro y estable donde vivir. Una muñeca siria gigante recorre el mundo para hacer visible esa situación que se replica en varios países. Hace cuatro días llegó a México para acompañar a los migrantes de Ciudad Juárez.
Lo aterrador de una muñeca de casi cuatro metros de alto caminando por las calles de Ciudad Juárez no es su estatura fenomenal sino lo que representa. Los niños del mundo han sucumbido al embate de la violencia política y las guerras; y así como es irrecuperable la niñez que no transita entre osos de peluche y autitos de juguete, también lo es el hogar que se esfuma por los aires en una columna de humo como un signo del cobijo que se extravió para siempre. La memoria empieza a colmarse del repertorio de excusas de los líderes y de a poco se corren a un rincón del olvido insensible, las caricias y las canciones de cuna de mamá. Amal, la niña gigante de trapo y cañas de bambú, simboliza a migrantes y refugiados, y a propósito es demasiado grande, como para que ser ignorada por un sistema que atiende otros asuntos, no sea una opción.
Desde hace un buen rato los ojos de mexicanos desolados y de agentes estadounidenses armados no se despegan de la gigante mientras recorre las cercanías de la Puerta 36 del Marcador de Iniciativa de Seguridad Fronteriza. Los alambres de púas en el muro del Río Bravo establecen el límite del nuevo mapa del imperialismo moderno. Frente a ellos hay 500 migrantes detenidos por un río podrido, como primer obstáculo, y una esperanza que sabe nadar y volar pero que no es a prueba de balas. Cada tanto los agentes miran hacia el horizonte y amartillan sus rifles. Amal, no llora ni ríe, pero luego de unas horas, se desplaza —controlada por cuatro personas en su interior, incluyendo a una que camina sobre zancos— a la Plaza de la Mexicanidad a bailar con los locales como si la danza fuera un talento de ilusionista para escabullirse de la tristeza.
La metáfora imita a la vida: Amal, la marioneta de una refugiada siria obra de un artista palestino, comenzó en 2021 su viaje de 8.000 kilómetros desde Gaziantep en Turquía para encontrar a su madre, emulando la historia verídica de millones de niños que han quedado sin familia. Ya visitó campos de refugiados ucranianos en Polonia y llamó la atención sobre exiliados de Calais, Francia, visibilizando y acompañando a las almas escondidas y solas de este mundo que empuja y margina, menosprecia y destierra.
Ahora es el turno de México. Allí, Amal encuentra una rápida simpatía por su parecido a las mojigangas, aquellos títeres centenarios del doble de alto de una persona promedio que sirven de alivio cómico durante las peregrinaciones religiosas. De algún modo, Amal cumple con un objetivo similar. Lo más natural es lo asombroso; mientras el consuelo y la pena llegan y se van sin que nadie acabe por entenderlos. Y todos, de alguna manera, están a la espera de un dios.
Amal hace lo que puede, pero su argumento para la felicidad es apenas resistencia e insistencia. Porque parece un poco desigual, que una niña, sin importar su estatura, se enfrente a los mismos monstruos de siempre, si al final del día, como cualquier otro chico, solo quiere acostarse en su cama, sabiendo que debajo no hay nada que lo asuste.