El poder de tener respuestas…
El diccionario de casa
Una enciclopedia de 1970, el poder de un libro y la explicación del mundo.Descosido, ajado y amarillento. Arrugado, doblado. Manoseado. Así lucen (o deslucen) los dos tomos de la Novísima Enciclopedia Ilustrada Magíster que hay en casa. Cincuenta y tres años después de su quinta edición y aún sigue ocupando un lugar preponderante en mi biblioteca.
En mi casa paterna nunca tuvo reputación de “enciclopedia”, más bien siempre se le atribuyó la modestia de “diccionario”, aunque la vulgaridad de llamarlo “mataburros” estaba prohibida. Sí contaba con el prestigio de un documento escrito, y satisfacía con creces ciertas ambiciones insaciables de lector principiante.
Fue el primer libro que llegó a mis manos. Lo compró mi mamá en su adolescencia en La Riestra para su hermano escolar, y junto a la memoria de mi abuelo muerto y los cuentos de las noches de campo, el tren que visita a los parientes y las gallinas ponedoras, lo reconocí como un rezago de una vida anterior y ajena que me alcanzaba como si quisiera traerme un mensaje. Sólo había que identificar cuál.
Un libro es una fuente de poder, aunque sea un simple diccionario. En este caso la conjunción es incorrecta: sobre todo si es un diccionario. El poder de tener respuestas, de acercarse a una especie elemental de sabiduría. Para mí, con seis o siete años, el diccionario era literatura. Pasar sus páginas era una expedición mítica por los continentes, las culturas y las religiones, por las bellas artes, la política y la historia natural. Me complacía en el apéndice de las divinidades escandinavas; hice buenas migas con las locuciones latinas y no tantas con el Apéndice II de “Dudas y dificultades de la gramática castellana”, pero en algún momento, como si la paciencia fuera puesta a prueba, la imaginación se curtió o tal vez habrá sido la repetición del método, que incluso aquellas reglas estrictas me subyugaban igual que una historia bien contada mantienen en vilo hasta el final.
Pronto supe que el Magíster no era sólo bueno, sino excelente. Cualquier entrada, se abría a infinitos campos del conocimiento y había que ponerse a escarbar el mundo hasta llegar a las raíces. Por ejemplo, junto al significado del vocablo “Procesión”, un grabado de una pintura griega cuyo pie de imagen agregaba “Procesión de efebos”, o la definición de “Fantasía” acompañada del dibujo de una mujer semidesnuda montando un águila hacia los cielos y la leyenda “Representación alegórica de la fantasía.”
El mundo entero está en una enciclopedia y luego está la sensación de que existe un resto del mundo, algo que desborda. Acaso sea la literatura. Aun así, esas formas del arte y el ensueño estarán en el siguiente tomo y serán parte del mundo que puede entenderse y palparse abriendo una enciclopedia. Quizás no haya forma y haya que imaginar un mundo apócrifo y una enciclopedia apócrifa, que también, finalmente, contendrá lo imaginado. Pero eso ya lo hizo Borges en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el mejor cuento jamás escrito: “Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”.
Mientras tanto, en casa y a mano están los dos tomos de Magíster, que, sin exagerar, siguen explicando el mundo y con suerte, por qué no, sienten las bases para crear otro nuevo, mejor, íntimo e inmaterial.