Rubén Osvaldo Cané Nóbile

El cultivo del trigo en Chivilcoy (1850-1940) (3ª Parte)

A la memoria del Prof. Francisco Antonio Menta
domingo, 29 de enero de 2023 · 08:00

La amontonada 

Cada hombre, ocupado en esta labor llevaba en su cintura; adecuadamente preparadas; unas cuarenta o  cincuenta hebras de hilo sisal por si se desarmaba una gavilla, se rompía  el hilo, o “el   pajarito” ataba  mal y había que corregir esa falla. La jornada de la amontonada comenzaba por la mañana bien temprano y continuaba hasta la noche. Se interrumpía a las ocho de ­la mañana para el mate co­cido con galleta, el almuerzo que se     hacía a las once; consistía, por lo general en un puchero   criollo y sopa. Se acompañaba con dos o tres vasos de vino tinto. A las tres de la tarde el mate cocido, otra vez (como en el desayuno se llevaba en un recipiente un poco de leche   de vaca); solamente algunos eran partidarios de tomar mate cocido con leche porque decían que la leche    provocaba mucha sed. Hay que tener en cuenta que este trabajo se realizaba; en pleno verano, durante los meses de diciembre y enero. Por la noche venía la cena,  cuyo menú consistía en guiso, asado, milanesas, etc. En los momentos de descanso no faltaban los dichos, los cuentos, los relatos de aventuras y bromas. Las que alguna vez

provocaron algún incidente al que tuvo que poner fin  el patrón, es decir el chacarero, que compartía con la peonada cada instante del trabajo.

Concluida esta etapa de la cosecha, la faena  continuaba de inmediato con la emparvada.

 

La emparvada, una tarea delicada.

La emparvada

Como puede apreciarse las jornadas de labor eran largas y extenuantes. Como era verano todos los que habían trabajado se acostaban a dormir en medio del campo a la intemperie sobre colchones de paja. No obstante, hay que decir que era muy sacrificado, durante una larga temporada no se lavaban, porque no tenían donde hacerlo, pese a que por haber trabajado al sol lo necesitaban. 

Una vez terminada la tarea de juntar el trigo, se daba inicio de inmediato a la emparvada. Para hacer una parva se elegía un lugar que, en caso de lluvias, tuviera una superficie donde no se formaran charcos o lagunas y las medidas para “un pie de parva”, como se lo llamaba en la jerga corriente. Se delimitaba un espacio de aproximadamente unos quince metros de largo por ocho de ancho. El emparvador era el hom­bre especializado en la faena y el que más ganaba en el trabajo; pero a la vez, corría con  toda  la responsabilidad de levantar bien una parva. Lo que implicaba  que no corriera el riesgo de torcerse, inclinarse o caerse. También era importante la terminación de la parva de modo tal que el techo resguardase de la lluvia a todas las gavillas o atados. Las dimensiones de la parva eran variables en metros de largo y ancho. Pero generalmente oscilaban entre los ocho a quince metros de largo, a veces un poco menos y a cinco o seis metros de ancho.  En el interior de la parva se colocaban los atados con las espigas hacia adentro hasta una altura de aproximadamente dos metros, y luego se comenzaban a colo­car las gavillas con las espigas hacia afuera; dándosele  una altura de cinco o  seis metros.

Parva de trigo.

El mojinete (la parte más alta de la parva)  era una de las preocupaciones   del emparvador, ya que era esencial darle una buena terminación a la parva, para otorgarle  estabilidad ante  la posibilidad de que se viera afectada por vientos fuertes o lluvias que dañarían la parte superior.

En la faena de la emparvada, según la extensión del área sembrada, variaba el número de los que trabajaban en esa labor; de tal modo que en un predio sembrado de trigo de unas veinte o treinta cuadras2 (33,6 o 50,4 ha) se levantarían cuatro o cinco “píes de parva”, así se las llamaba, las que demandaban el trabajo de entre diez a  doce personas.

De los montones al lugar de emparvar se llevaban las gavillas con los rastrines, los que al principio fueron arrastrados por bueyes y más tarde por caballos. El rastrero  debía saber cargar, pues cuando mejor lo hacía más   gavillas transportaba. Si hacía mal la carga corría el riesgo de desparramar las gavillas. Con lo cual se hubiera visto obligado a realizar el trabajo de reagruparlas y volver a trasladarlas.

Cuando este trabajo se realizó con bueyes, fue muy lento. Con el empleo de caballos se  logró agilizarlo. Para esta tarea se empleaban cuatro o cinco rastrines.

Algunas veces, la pronta llegada de la máquina
trilladora no daba tiempo a que se terminaran de armar las parvas. En esos casos se aumentaba el número de rastreros, quienes debían acelerar el trabajo, pues la máquina admitía muchos atados.

En la faena de emparvar, una de las labores más difíciles era la del operario que hacía de puente, porque cumplía la misión de tomar con la horquilla la gavilla alcanzada por el rastrero y  de ahí arrojarla hacia arriba donde los ayudantes del parvero debían dársela a este.

La terminación de una parva era la “cola de pato”, que se1evantaba en un frente y donde se empleaba todo el trigo suelto que quedaba en los alrededores, porque se salían las espigas del correspondiente atado o cuando el hilo sisal que sujetaba los tallos y espigas secas se cortaba.

Todo lo suelto en torno a la parva se iba recogiendo a horquilladas e iba a parar a la “cola de pato”.

El trabajo de la emparvada, no obstante su rudeza, se realizaba en un clima jocoso. Se contaban cuentos, hazañas, se hacían bromas; algunas bastante pesadas. Además, en caso de interrupción de las faenas por lluvia, el granero de la chacra era el lugar de estar y donde se  pasaba el tiempo. A veces arreglando los aperos, en otras oportunidades jugando al truco o la escoba de quince; mientras que los italianos jugaban a la murra.

Comentarios