Opinión / Diego Manusovich
Un shock para los antivacunas
Occidente, y su culto a la libertad, trajo aparejado un exacerbado nervio narcisista. Creer que somos libres totalmente es como admitir que las aves viven a su antojo surcando los cielos. No, no es así. Los pájaros dependen del agua de arroyos, ríos, lagunas o piletas de natación para saciar su sed. Necesitan de suelos cultivados para encontrar sus pequeños alimentos y árboles o postes para hacer sus nidos. Las extremas temperaturas los matan y las muy bajas también. Muchas especies sucumben si no encuentran pareja y otras mueren por amenazar la pareja de otro. Hay ecosistemas enteros que se alimentan de la rapiña del más débil y esto funciona así desde el principio de los tiempos.
Admitir, a escala humana, que somos “libres” en este sistema de economía de mercado es tan ridículo como infantil. Dependemos de la calidad del aire, el agua, la convivencia vial que es un espanto, dependemos de nuestros vínculos comerciales sea cual fuere el derrotero laboral. Dependemos del pago de impuestos generales para la supervivencia del Estado, de que no gane las elecciones un partido político de chorros de guante blanco que no saqueen el país y nos endeuden por 100 años, que las empresas alimenticias hagan bien su trabajo y no nos contaminen, que el gasista haya cuidado bien el arreglo en casa y que una pérdida no nos mate, etc, etc.
Somos seres comunitarios aunque a algunos les parezca que su libertad no tiene fronteras. A veces, una tarjeta de crédito o cierto superávit en el bolsillo, le hacen creer a algunos que son libres para hacer lo que quieran: algún viaje, una ropa colorida o un vino caro comprado en un despacho boutique, pero en la mayoría de los casos “todos pendemos de una red social” que finalmente nos tira para abajo o nos ilumina el camino.
Como nunca antes la vacuna vino a ponernos un espejo mordaz enfrente de cada uno. Darse dos o tres pinchazos inofensivos pero que ayudan tanto al conjunto, es una lección tan simple que da escalofríos.
Jamás hubo tanto consenso planetario, científico y social acerca del problema del COVID y sin embargo, algunos prefieren jugar al jueguito de “ser libres con mi cuerpo” cuando nunca estuvo tan claro como ahora que esa decisión personal, afecta al “todo”.
¿Si semejante pequeñez como vacunarse, pero que redunda en la protección sanitaria del conjunto no es suficiente para sensibilizar a los antivacunas, qué lo hará en el futuro? ¿Qué sensibilizará entonces a esos compatriotas renegados que anteponen su resquemor a la inmunidad del conjunto? ¿Por qué otra experiencia traumática debemos pasar como sociedad para que esos egoístas puedan cambiar su postura?
He conocido varios casos de moribundos admitiendo su error antivacuna. Familiares de amigos que, en su lecho de hospital, se han quebrado emocionalmente pidiendo incluso disculpas a sus deudos presentes.
Es así, si ante semejante tragedia universal aún algunos siguen pensando en sus “existencias libertarias” antes que en su “colaboración a la inmunización del conjunto”, entonces solo podemos recomendar un camino educativo cercano al nosocomio. Tal vez, un contagio con internación y susto de respirador por 1 hora, sea suficiente. Algunos humanos necesitan vivir el terror en su propia piel para aprender una lección de vida colectiva.