Por Joaquín Castañarez
Cuando la adicción es un problema. Papá y sus usos inmoderados
Thomas De Quincey escribió, en el año 1821, su famoso ensayo autobiográfico titulado “The Confessiones of an English Opium Eater” (Confesiones de un inglés comedor de opio) para describir el calvario que padeció por su extensa adicción al opio. Entre otras cuestiones, confiesa que comenzó a consumirlo por problemas estomacales y que su adicción fue a través del láudano que contiene, además del opio, vino, azafrán y canela. De Quincey relata, también, lo que sintió cuando tomó dicha preparación por primera vez: “Una hora más tarde, ¡oh cielos!, ¡qué cambio tan repentino!, ¡cómo se elevó, desde las más hondas simas el espíritu interior! ¡qué apocalipsis del mundo dentro de mí! Que mis dolores se desvanecieran fue, a mis ojos, una insignificancia: este efecto negativo se hundía en la inmensidad de los efectos positivos que se abrían ante mí, en el abismo de divino deleite súbitamente revelado”. El láudano, según el escritor inglés, podía ser letal y no se debía tomar más de 25 onzas, es decir: no más de 750 ml.
A su vez, podía provocar embriaguez debido al alcohol que debía incluirse en la preparación. Muy interesante es, también, su descripción de la época en la que se entregó al opio: “He descrito o ilustrado mi embotamiento intelectual en términos que en una u otra forma se aplican a los cuatro años que estuve bajo el hechizo del Circe del opio. Era raro que pudiese forzarme a escribir una carta; a lo mucho lograba responder en pocas palabras las que había recibido y no sin que, muchas veces, la carta no aguardase antes durante semanas o aún meses sobre mi escritorio”. Los adictos al láudano tienen períodos de euforia y felicidad seguidos por depresión y apatía que requieren mayor dosis del mismo.
¿Por qué me interesan los testimonios de De Quincey? Porque clarifican un aspecto no muy investigado y conocido en la vida de José de San Martín (nuestro supuesto “padre de la patria”).
Seré claro y tajante: San Martín fue adicto al opio. El general Tomás Guido, amigo leal del “prócer”, le advirtió a Pueyrredón en 1818: “He procurado con insistencia persuadir a San Martín que abandone el uso del opio (…)”. A mediados de 1819, cuando se estaba por lanzar una expedición libertadora al Perú, Lord Cochrane deseaba que el gobierno chileno autorice un golpe decisivo sobre Lima, pero no entendía la pasividad de O’Higgins. Ésta, sin embargo, se explica por la pasividad e indecisión de San Martín en Mendoza. Según William Bowles, la explicación de esta indecisión había que buscarla en el láudano. Este mismo marino advirtió sus efectos nocivos: “[el uso inmoderado del opio había dañado] tanto la salud como las facultades mentales del General”. Por su parte, Cochrane mencionó que la adicción acompañó a San Martín a Lima y fue una de las causas de su caída: “sus fuerzas físicas estaban extenuadas con el uso del opio y el aguardiente, de que era esclavo, en tanto que sus facultades mentales se entorpecían cada día más a causa de la misma enervadora influencia (…)”. A esto se le suma la descripción que hizo María Graham, quien conoció a San Martín por esta época y afirmó que su adicción al opio era la causa de sus arranques de violencia y cierta paranoia. Además, lo describió literalmente como un opiómano.
No está del todo claro cuando nuestro “padre” empezó a consumir opio. Según Mitre, en 1818 el doctor William Collisberry lo asistió en Mendoza por un ataque de gastrorragia. Para el historiador Emilio Ocampo: “Este ataque explica, muy probablemente, su uso inmoderado del opio.” También sostiene que “San Martín fue quién confirmó que el mismo Collisberry lo asistió en Tucumán debido a un ataque similar, lo cual muestra que su adicción ya databa desde 1814. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad de que San Martín hubiera comenzado a consumir opio en España”.
Como se ve, los efectos del láudano sobre las actuaciones políticas y militares de San Martín fueron claras, y hasta le jugaron una mala pasada. Que sea un tema poco investigado, y del que apenas se sepa algo, muestra que tan aferrados estamos a la historia poco seria de los grandes hombres.
BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
-Ocampo, Emilio (2017). La independencia argentina. De la Fábula a la Historia, Buenos Aires: Claridad. p.361-372.
-De Quincey, Thomas (1822). The confessions of an English Opium Eater, London: Taylor and Hessey.
Por Joaquín Castañarez