DelOeste Art. - Reseñas literarias - “Un abanico que apenas se abre”, y “Una luz que no daña ni enceguece”, nouvelles de Inés Legarreta

"(...) No lo sé. Pero quizás, vivir en estado de abierta disposición, sin prejuicios, y en permanente búsqueda de la palabra que por fin me satisfaga, me lleven a escribir cuanto escribo." I. L.
jueves, 29 de abril de 2021 · 00:00

Ediciones Ruinas Circulares presento desde su canal de YouTube el jueves 8 de abril a las 19,30 en su segmento Cómo Decir (voces literarias) el último título de Inés Legarreta: “Un abanico que apenas se abre”, y “Una luz que no daña ni enceguece” (nouvelles).  Acompañaron a la autora: Nélida Cañas y Carlos Enrique Cartolano. Moderadora Patricia Bence Castilla.  

A continuación las reseñas de los acompañantes 

 Nélida Cañas sobre “Un abanico que apenas se abre”

Leyendo la nouvelle de Inés Legarreta,  Un abanico que apenas se abre, de Ediciones Ruinas circulares, Bs.As. 2020, he recordado las palabras del maestro Jorge Luis Borges: “Cada palabra aunque este cargada de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir”.
Siglos separan a Inés Legarreta de Sei Shonagon, “una de las dos escritoras más destacadas de un gineceo literario que no habría de repetirse en Japón”*.  El libro de la almohada es un diario íntimo que permanecía oculto celosamente y una de las pocas formas de expresión de la mujer. El tiempo y sus estribaciones, la vida y las costumbres, la  muerte y sus duelos,  las separan. Sin embargo hay una delicada e íntima manera en que ambas se encuentran. La feminidad y sus pliegues profundos, su ser y estar en la busca incesante de la palabra. Ese estar alertas a lo que adviene. No preparadas. Alertas a la contemplación y a la belleza.  Al incesante rumor de lo que nace. Todo esto las acerca de una manera sutil y conmovedora. 
Entonces / Ahora
Aquí /  Allá
Dos mujeres que enuncian la delicada vibración de todo cuanto existe: el roce de la seda de un kimono / el aire leve de un abanico/ el brote de una hoja / el pétalo que cae.
Aquí o allá una mujer escribe / reescribe / poetiza / agrega belleza a la opacidad del mundo. 
El  libro de la almohada/ Un abanico que apenas se abre
Sei           /          Inés
Japón            /         Argentina
Una mujer de hace siglos           /             Una mujer de hoy
Reescritura- Juego de espejos- Íntima y exquisita sensibilidad femenina
Recrear. Recrearse. Nombrar la naturaleza de las cosas
Mirar / Mirarse / Mirarnos 
Sólo separadas por las generaciones de las hojas. Por el tiempo.
¿Pero qué es el tiempo cuando todo renace/ alcanza plenitud/ decae/ muere…?
Una cortesana del S. IX  al servicio de la Emperatriz, contempla en silencio.  Y con delicadeza extrema escribe. Reúne en su diario reflexiones, descripciones minuciosas, breves narraciones, enseñanzas,  poemas como leves acuarelas. Le quita opacidad al mundo y a la rutina de sus días. Recrea el mundo para soportarlo. ¿No es esa acaso una de las funciones  de la literatura?
Un abanico que apenas se abre es un libro hecho de sutilezas. Algunos párrafos narran una pequeña historia como Una tarde en el salón. Una pequeña historia que se disuelve en un gesto: “nuestra gentil señora movió apenas una mano y alcancé a ver una grulla solitaria” (pág. 17).
Otros párrafos describen: el golpeteo del viento y sus efectos. El sigilo de los amantes. La calma invadida. Un niño que crea su propio sol cuando corre. La fascinación de una partida de Go. El llanto disimulado con manos y telas. “Una pareja de esposos que desnuda su desolación”.

Otros, poetizan la realidad como al referirse al enamoramiento: A veces parece un niño pálido. (pág. 19)
Recuerdan la belleza de un bailarín y su vértigo y la corriente de envidia que lo perseguiría siempre. (pág.20) o la muerte de un niño que provoca tristeza y desazón. Y a la vez lleva a comprender que la sabiduría no es consuelo suficiente (pág.39)
En Poemas para olvidar la autora crea una serie de breves versos de leve textura, casi evanescentes:Taparon el sol/ las bandadas de grullas / nubes de papel/ abanicos reales/ abiertos en la tarde. (pág. 22)
Hay otra serie de poemas titulados esta vez Poemas para ser olvidados:
La cortesana/ dibujos en la seda/ no desconoce/ el envío de poemas/ en la noche que abre (pág.44).
Las cartas y los poemas eran la manera natural de comunicarse de los amantes. Otra forma de expresión de la mujer que intercambiaban con los hombres. 
Entonces como ahora la presencia infausta de la peste. La boca insaciable de la muerte. Las palabras que ya no se encuentran. En una de sus notas la cortesana dice: “Mis anotaciones se vuelven frágiles. La presencia mortal de la enfermedad ocupa casi todos los pensamientos”. Y sin embargo en esos días puede anotar: Aunque nadie escucha, canto”. (pág.50) Son tiempos de incertidumbre y la esperanza da batalla con la desolación. Entonces y ahora la pregunta acucia: ¿Por qué los rezos y los sutras parecen no llegar a los oídos de los dioses? (pág. 55)
El libro se interrumpe con un breve Poema para olvidar: 
Alcé la vista/ al cielo despejado/ claro azul/lisa serenidad/donde quiero yacer (pág. 55)
Todo el resto es silencio. Nos queda la evocación de una mujer cuya delicadeza nos ha abierto a un mundo que de alguna manera nos configura. Son capas y capas de generaciones, que como las hojas caen y renacen en la sucesión de las estaciones.
Entonces como ahora: Cada palabra aunque esté carga de siglos, inicia una página en blanco y compromete el porvenir.

 

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Carlos Enrique Cartolano sobre  “Una luz que no daña ni enceguece”

La lectura y relectura de Una luz que no daña ni enceguece, me devuelve al tiempo en que iniciamos una hermosa amistad con Inés Legarreta. 2012: yo leía entonces sus novelas Tristeza de verse lejos y El abrazo que se va, ilusionándome con la lectura y opinión de Inés de mi primer libro de cuentos, que finalmente edité dos años después. Ella me decía entonces que yo era más para la poesía que para la narrativa, y yo no podía sino entusiasmarme con la presencia del lenguaje poético en las dos novelas de Inés que acabo de mencionar. En ese diálogo y recíproca lectura de nuestras publicaciones en redes sociales, presencié la venida del ángel de Inés, mientras yo daba a conocer diariamente un poema de cuantos integraron después mi libro A vuelo de ángel.
 Nuestros ángeles eran distintos, aunque ángeles de vuelo ambos, nunca caídos, jamás demonios, o abadones exterminadores. Eran ángeles literarios, los del convite a la escritura, los de la compañía, esos personajes en los que aún no queda claro si nos inventan o se dejan inventar en la escritura; si escriben ellos, o nos protagonizan al ponernos por escrito. Eduardo Halfon –Guatemala– dice en El ángel literario, que ese es quien vuela sobre la persona y la obliga a caer, como en un oscuro e interminable pozo, en la literatura. Y José Manuel Marín Ureña –España– acota en La figura del ángel en la Generación del 27, que … no es nunca un hallazgo sino una herencia. Es el descubrimiento de un proceso, de una tradición, de un trabajo. Ante el ángel solo se puede anhelar la transformación, el cambio (…) El ángel es un texto, pero un texto abierto, esto es maleable, apto para la transformación, para el progreso, lo que vendría a convertirlo para muchos en mito, en tanto emana del ángel una calidad de pervivencia en el tiempo gracias a que está siempre dispuesto a la adaptación. Y concluye, acercándose a la opinión de Halfon que el ángel es la entidad que permite apresar el vacío (ubicados entre) una superioridad, y la pequeñez humana. Fin de citas.
El ángel, en suma, es esencialmente entidad poética, recinto de libertad, tal como la poesía –y el poema en particular– lo es. Y como la poesía, es jardín interior con puerta batiente, al que diariamente se ingresa por primera vez, aún sin haber salido jamás. En este libro de Inés Legarreta, campea la poesía, y no sólo en Una luz que no lastima ni enceguece, sino también en Un abanico que apenas se abre. De este último quiero compartir ahora una frase que me inspiró vivamente: Con qué cuidado había elegido los colores de la seda de los vestidos y el perfume. Un poema también sucede así. Fin de cita. ¡Absolutamente cierto y gran logro expresivo!
Vuelvo ahora a 2012, y destaco la maravilla que supo conseguir el ángel en Inés; tras nueve años, ella demuestra maestría poética y suma ya cuatro libros de poemas. Por eso es que yo destaco el carácter profético del ángel, personaje de la poesía, que modeló una poeta en Inés. Transcribo: Me he negado a la poesía, a gritar más alto que cualquiera, a poner en agonía el deseo. Entonces, me dijo el ángel, escribirás versos: tal es la ofrenda/ tal, el castigo (…) Ella lo sabía, pero se rebelaba: ¿quién no lo haría? ¿A quién no lo desacomodaría por completo la compañía de un ángel? Porque eso era lo que los definía: se acompañaban. Fin de cita. Además, ya en los epígrafes, la poesía está presente en la segunda nouvelle: La opción de tomarse a la ligera, define al ángel (Chesterton) y la prueba del agua: si el nadador se sostiene tras la evaporación, es un ángel (Mandrini). 
 La impronta del ángel es muy fuerte. Cuando se presenta individualmente está solo en sí, no en ninguna cosa que no sea lo que el continente de escritura requiere. Y cuando está con otros integra un coro, solo es factor coral, coreuta. Aunque cuasi humano, y por eso seduce y permite ser seducido. Transcribo: Terrestre, pronunció el ángel ya en la casa. Qué hermosa palabra. Y también que tenía hambre y le pidió que cocinara cualquier cosa, no tenía paladar fino ni se consideraba un gourmet. (…) ¿Cómo decirlo? Cuando (el ángel) está, (ella) respira de otra manera: el aire tiene brillo, duele. ¿Cómo decirlo? Cuando abre las alas, no es brisa, ni sacudón: es cielo. Fin de cita.
Seguramente, digo ahora, el ángel es la mejor parte de cada uno, la fracción poética que todos llevamos. Pero también puede ser lo peor que cargamos, cuando anarquiza en las cosas, en el medio físico, y desobedece. Transcribo: Ángel de morondanga, qué corno  se creía. Fin de cita.
El ángel son las alas. Es la condición de vuelo del poeta. No puede bailar el tango; gran pasaje de la nouvelle este, en que ella no logra bajarlo y ponerlo sobre el piso al intentar la danza. Transcribo: Era una sensación maravillosa: elevarse a centímetros del suelo, no pesar nada, ser parte del aire, pero no era tango. Fin de cita. 
El ángel se despierta e intenta separarse durante la práctica del oficio. No siempre se conforma con el acto voluntario de la escritura; es posible que se produzcan lucha y tironeos. Transcribo: Qué mal carácter (…) Y pensar que anoche estuviste tan tierna … y movió la cabeza como dudando si quedarse o irse. Muy mal carácter, volvió a decir, y desplegando las alas, voló. Fin de cita. El ángel es como un animal interior; su coherencia es más del instinto que de la voluntad. La narradora continúa adelante con su escritura. Transcribo: Después supo que no lo buscaba a él, buscaba más allá de él, buscaba palabras, frases, una sintaxis, un tono. (…) Ensimismada, se alejaba tanto que al ángel le daban ganas de seguirla, como si pudiese mostrarle algún camino nuevo. Fin de cita.
El ángel ha llegado hasta la autora, para refugiarse en su escritura, para convertirse en su personaje y acompañarla. Transcribo: Desde un cantero del patio un grillo canta a pesar del sol del mediodía, el gato del vecino ha llegado hasta el reborde de la ventana y se apresta a dar, una vez más, el salto; se expande una luz que no daña ni enceguece y ya no está: tiene esa cosa inocente de los niños, le gusta jugar, le gusta esconderse. Fin de cita.
Celebro tu ángel, Inés, celebro tu escritura, celebro mi lectura y todas las escrituras por llegar (serán muchas sin duda); celebro ruidosamente este nuevo libro, y vivamente lo recomiendo.
Carlos Enrique Cartolano. 08.04.21

Comentarios

29/4/2021 | 10:00
#164795
Muy agradecida por la publicación de las reseñas de mi último libro que hicieron los admirados poetas y amigos Nélida Cañas y Carlos E. Cartolano: un abrazo fraterno con mi agradecimiento tanto a La Razón como a DelOeste Art. Inés.