Por Carlos Dellepiane

Coparticipación Federal de Impuestos

miércoles, 27 de septiembre de 2017 · 00:43

La ciudad de Buenos Aires cuenta con 3 millones de habitantes. La veintena de Partidos aledaños a la Capital, espacio conocido como conurbano bonaerense, con otros 10 millones. En este conurbano conviven modernas urbanizaciones, industrias y los mayores bolsones de pobreza del país. Esta concentración de población, actividades económicas, políticas y culturales es el resultado del desarrollo desigual de la Argentina.

Históricamente se generó un plano inclinado que arrastró desde el interior hacia la Capital no solo riqueza sino también población sin oportunidades de trabajo en sus lugares de origen. Si este proceso no se detiene y revierte terminaremos por caernos todos al Rio de la Plata.

En 1940, dos escritores, distantes el uno del otro, Raúl Scalabrini Ortiz en “Historia de los Ferrocarriles Argentinos” y Ezequiel Martínez Estrada en “La Cabeza de Goliat” describen, cada uno a su manera, un país deprimido por el mecanismo de succión que Buenos Aires impuso al interior. Martínez Estrada llega a imaginar a los ramales ferroviarios que convergían sobre la Capital como los ocho tentáculos del pulpo.

En 1992 el gobernador Duhalde bregó y obtuvo del Congreso de la Nación una ley por la cual se creaba un fondo específico para obras de infraestructura social en el conurbano. Este fondo sería alimentado con el 10 % de la recaudación del impuesto a las ganancias. A fines de 1995, por otra ley se estableció un tope de 650 millones de pesos anuales, convertibles a dólares por entonces. Con la salida de la convertibilidad y las sucesivas devaluaciones este fondo se fue licuando. Hoy representaría unos 52.000 millones de pesos anuales.

Recuerdo que el Banco Mundial tenía una radiografía de nuestro conurbano (como la tenía del gran Caracas o del gran México). El estudio establecía que respecto de una escala del 0 al 10 la calidad de vida promedio en el conurbano era de 4 puntos. Llevarla a 7 puntos –un nivel compatible con la dignidad de las personas- suponía invertir 20.000 millones de dólares en infraestructura social. De haberse mantenido el nivel de inversión de los primeros tiempos hubieran sido necesarios 30 años para completar esa cifra, de los cuales ya han transcurrido 25. Hoy el conurbano presentaría otro rostro.

Años atrás participé de un seminario en la ciudad de San Pablo. Allí uno de los expositores señaló que habían establecido el costo para atender a las poblaciones que migraban desde el interior de Brasil a la periferia de esa megaciudad. Habían mensurado el impacto en materia de salud, vivienda, educación, transporte, trabajo, etc., y llegado a la conclusión que la inversión era mayor que la necesaria para generar condiciones de vida y trabajo dignas en sus lugares de origen, evitando a la vez el trauma del desarraigo.

Es sabido que las regiones ricas son renuentes a sostener a las desfavorecidas. Ocurre con la Italia del norte y la del sur. Ocurrió en Alemania después de la caída del Muro. La parte occidental, próspera, se negaba a sostener a la Alemania empobrecida que venía del comunismo. En buena medida ocurre hoy con Cataluña. Sin embargo los hombres y mujeres de estado saben que el volumen y consistencia de una Nación determina su presencia en el mundo. Puesto en otros términos,  no es lo mismo Italia, Alemania o España que el Principado de Mónaco o la República de San Marino.

La gobernadora Vidal con una presentación ante la Corte de la Nación ha puesto la cuestión del fondo del conurbano nuevamente sobre la mesa. Hace bien la gobernadora. El conurbano no se arregla con palabras sino con plata. Del mismo modo hacen bien los gobernadores que –sin distinción partidaria- se oponen a cualquier merma en sus ingresos para compensar a la Provincia de Buenos Aires. Se trata de una cuestión política que tiene que resolverse políticamente. Está claro que solo el Estado Nacional puede evitar que alguien salga lastimado. Es el único que puede –y debe- ceder recursos a las provincias.

Las leyes de coparticipación de impuestos son instrumentos que, bien diseñados, pueden contribuir a asegurar los equilibrios regionales. Para el Estado Nacional se abren dos caminos. Mantener los desequilibrios acumulados, conservando la matriz histórica de apropiación de los recursos para subordinar con ellos a los estados provinciales, o comenzar a transferir esos recursos por ley a las provincias para que estas generen condiciones de vida digna para sus poblaciones, terminando de este modo con imposiciones e intervenciones arbitrarias.

Nos cuesta mucho pensarnos como Nación. El debate político en nuestra Ciudad Luz está centrado en buena medida en cuestiones ideológicas que el mundo va dejando atrás. Mientras tanto el país sigue esperando desde hace años por emprendimientos vitales como la recuperación del conurbano, o el puerto de aguas profundas que permitiría acelerar las operaciones reduciendo costos que paga la carga, o el ferrocarril transpatagónico para unir el sur desde San Antonio Oeste en Rio Negro hasta Rio Gallegos. No en vano Perón decía que los grandes centros políticos tenían la propiedad de desvalorizar las mejores causas.

En esta línea, valoro la decisión del presidente Alfonsín de mudar la Capital a Viedma–Patagones, iniciativa que finalmente no prosperó. Aún cuando no estoy seguro que esa localización haya sido la mejor elección (tal vez habría que pensar en la región centro), respondía al mejor concepto: descentralizar el país, desplegar a la Nación. 

 

Carlos Dellepiane

 

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