Por Ariel Scavariello
Hocicos indefensos y lenguas de fuego
En estos últimos días me ha tocado escuchar, como también a muchas personas que comparten el mismo sentimiento por los caninos, a políticos y gente de otras áreas decir que con cariño y fanatismo la problemática de los perros callejeros no se solucionará. Pienso, trato de digerir esas frases que hoy han tomado control de la opinión pública, y me pregunto: ¿A qué se refieren con la palabra fanatismo? ¿Acaso aquel que expresa su sentimiento y defensa por un animal callejero debe ser etiquetado como un fanático? No me caben dudas de que se hace uso de tal palabra para crear una connotación negativa y tergiversar la realidad de los hechos y acciones. Las personas que marcharon el día miércoles 1 de febrero no fueron individuos en masa que defienden una idea, creencia o ideología de manera exagerada y con ojos ciegos. No, no fue eso. Allí hubo argumentos, buenas razones, pacifismo y sobre todas las cosas, respeto. En ningún momento se hizo presente la agresión o alguna mala palabra, a pesar de que algún que otro periodista cubrió su labor e hizo preguntas interrumpiendo, chicaneando y faltando el respeto –como un leopardo esperando el fogonazo delator de su presa-.
Las protectoras, y muchas personas comunes de Chivilcoy, resignan día a día parte de su tiempo desinteresadamente para tratar que decenas de vidas caninas y callejeras tengan un mejor vivir en una sociedad tan indiferente. Nunca escuché a los políticos, que venden cariño y preocupación de plástico, reconocer todos estos hechos e informar de los mismos a los ciudadanos, ni tampoco pisar un refugio animal.
Curarlos, rescatarlos, otorgarles cariño, brindarles asilo, alimentarlos, darles de beber y sobre todo defender a los canes; esas son las acciones que muchos hacen en mi ciudad, y me siento orgulloso de eso.
La marcha fue una acción dentro de muchas otras que se hacen a diario, pero siempre está presente el prejuicio desmerecedor propio del discurso que políticos y pseudointelectuales transmiten para construir una verdad que se ajuste a su medida, que sea beneficiosa para su imagen pública, imagen de quienes ellos dependen. Luego, en sus declaraciones quienes tergiversan no son ellos, sino los que quieren a los perros, los que luchan por sus derechos, los que lloran, los que se desviven por las almas de cuatro patas.
Entonces ¿La problemática se soluciona con cariño y SENTIMIENTO? Con tan sólo informarse, investigar y reconocer las acciones que han hecho por su cuenta la gente común y las protectoras podrán responder dicho interrogante. Nada se resuelve con egoísmo, soberbia y frialdad.
Ariel Scavariello