Opinión
Una ciudad triste
Por Pablo PoggiLos colores se han apagado en la escala maldecida del ocre, se han olvidado de brillar los vivos, intimidados. Las calles se han vaciado de música y teatralería, se han quitado la cálida costumbre de conversar en voz alta; se han avergonzado en las mutilaciones, se han vestido de insensata mugre. Como en una vieja época, creía que sepia a la memoria colectiva, han vuelto a tragarse los pasos como entre sí las alimañas. Se han apagado los besos juveniles de las plazas, como las caminatas de los abuelos en los atardeceres. Una ciudad triste. Y sin nostalgias.
Hasta el sol parece que se olvida de abrazarnos. Las esquinas vacías como una lata oxidada en el fondo de los tarros, acobardadas de desconfianzas, de reojos. Parecemos forasteros en cada una de nuestras esquinas, como en un viejo relato de Camus. Hay esquinas que han desaparecido para siempre, esquinas que eran porciones de historia, de nuestras historias, y eso envenena al futuro. Me apena. Profundamente me apena. Como me duelen otras esquinas para siempre. Sin nostalgias, una ciudad triste se detiene en un letargo innecesario. Tal vez arrepentida. Tal vez temerosa.
Nunca hizo falta el miedo para disciplinar. El miedo siempre sobra en la condición humana. El miedo pensado es el garrote del enano, el del cuarto menguante, como los viera Hieronimus. Empero el miedo se ha hecho llovizna en estos días en la ciudad, borrando los carteles de promesas. Una ciudad triste se contagia de un pasado que se imaginaba encapsulado en los almanaques amarillentos, como las grageas pegoteadas olvidadas en los cajones de la abuela. No es mi ciudad. Mi ciudad no era triste. Sonreía y tendía la mano siempre.
Una ciudad triste que ya no canta en las plazas, que ya no pinta las paredes, que ya no estimula soñadores. Está callada, en permanente sospecha del hermano. Una ciudad triste que adolece en la paranoia persecutoria de las conspiraciones, que se fatiga en las demandas, que se atormenta en la incapacidad de ver el futuro. Una ciudad que vuelve a la violencia de los uniformes. Una ciudad que destila culpables a un saco de nadas. Una ciudad que la niebla es humana.
Apenas uso jugando unas palabras (el vicio de escribir) y vuelvo al silencio que me marca esta tristeza que no reflejará mi máscara.