Trump

El triunfo electoral de Trump ha sorprendido. Para muchos era el "candidato imposible”. Por estos días se multiplican las opiniones que intentan explicar el fenómeno. Posiblemente todas tengan una cuota de verdad. Me permito agregar una que todavía no he visto.

Las confrontaciones se resuelven en un balance de aciertos y errores de los contendientes. El primer error en una guerra perdida es haberla declarado. En relación con esto resulta ilustrativo un trabajo titulado "A treinta días del poder” del norteamericano Henry Ashby Turner. Allí se describe minuciosamente lo acontecido en los treinta días anteriores al ascenso de Hitler –otro candidato imposible- al poder. Fueron tantos los errores que cometieron sus adversarios en ese lapso, que terminaron por abrir la Caja de Pandora.

Por supuesto los procesos políticos y económicos no pueden ser desconocidos, pero la historia no es puro determinismo, pura fatalidad, puro movimiento mecánico. Si así fuera bastaría con sentarnos en la vereda para verla pasar. Por el contrario, son los hombres -con sus aciertos y errores- los que van moviendo las palas del molino, los que van marcando el ritmo de estos procesos. Este es el marco de libertad que nos asiste.

Hay quienes niegan la existencia de una naturaleza humana. Afirman que no hay nada esencial en la persona humana. Que su comportamiento está expuesto por completo a los cambios históricos. Creo, por el contrario, que existen comportamientos constantes que atraviesan todas las etapas porque tienen que ver con nuestra naturaleza. Por ejemplo, las nociones de bien y de mal no son adquiridas en el proceso cultural sino que son anteriores, vienen con nosotros. No venimos a este mundo como papeles en blanco donde las circunstancias pueden escribir cualquier cosa. Somos portadores de estas nociones que luego encontrarán su desarrollo en contacto con la vida social. Somos en definitiva herencia y experiencia. Vale decir, los comportamientos básicos son constantes en todas las culturas porque son patrimonio de nuestra naturaleza. Desde hace siglos las personas tienden a comportarse de manera similar ante situaciones semejantes. La historia es prueba de ello.

En la vida política es posible identificar comportamientos constantes. Se trata de reglas, en ocasiones no escritas, que sin embargo parecen cumplirse de modo inexorable.

No es la primera vez que me refiero a estos temas. En las cuestiones electorales, para comprender mejor algunas fenómenos, resulta útil recurrir a las categorías de campeón y desafiante. En la política, como en el box, el campeón no debe perder. Rara vez se recupera después de una derrota. En cambio, el desafiante puede hacerlo sin consecuencias. Es más, es posible que salga fortalecido de la contienda. Este ha sido el caso de Mitterrand en Francia, Lula en Brasil, Alfonsín entre nosotros. Fueron desafiantes. Perdieron elecciones y terminaron siendo presidentes. Luder, siendo el favorito fue derrotando por Alfonsín. Intentó luego una senaduría por Santa Fe y perdió la interna. Cafiero, también favorito, perdió la candidatura presidencial a manos de Menem. Poco después intentó una reelección como gobernador con un plebiscito que fue rechazado. Los ejemplos sobran en todas las latitudes.

Cuando el campeón es vencido, se opera una suerte de "reducción” del candidato para todo el viaje. Hillary Clinton era la favorita cuando Obama la desafió y la venció en las primarias presidenciales de 2008. Aquella derrota, que fue sonora, siempre ha estado presente en el imaginario del electorado debilitando silenciosamente su figura. Esto es algo que los entendidos pasaron por alto. Como se suele decir, el Titanic también fue hecho por expertos. Hoy veo a Scioli, de manera irremediable, en el mismo lugar.

Las encuestadoras, en tanto, deberán aprender que un ser humano es mucho más que una llamada telefónica y los políticos a desconfiar de los números que les acercan.

De modo que se equivocaron los demócratas al ofrecer una candidata que arrastraba esta debilidad.

En suma, resulta una constante que las personas se alejan de los campeones vencidos. Acepto que se trata de una regla cruel. Pero parece representar el principio ordenador que gobierna estas cosas desde el principio de los tiempos. Tanto en una aldea perdida en el mapa como en un gran centro de poder.

Carlos Dellepiane