Sobre Manusovich y El Pedagogo

Antes que nada quiero aclarar que me decidí, después de haber leído El pedagogo y el caso del fin del mundo, a hablar de su autor, Diego Manusovich. Otros con más condiciones y afinidades literarias, seguramente desglosarán mejor que yo, los aspectos literarios y técnicos de la obra.
Sí, me impactan las descripciones sustanciosas de los escenarios, la pasión al describir la gastronomía, y la psicología e interacción de los personajes.
Lo primero que me dejó la lectura es una certeza: Troy Helguera no puede ser otro que el alter ego de Diego Manusovich.
Un escritor que se manifiesta crítico de situaciones cotidianas y ancestrales, pero nunca deja de aportar soluciones. ¿Viables, posibles? Eso es harina de otro costal. Alcanza para instalar la esperanza de que todo se puede cambiar. Y, como dice Cortázar, “La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.”
Y Manusovich es un defensor acérrimo de la vida. Eso que otros tratan de explicarnos desde su obtusa mirada sectaria, con una visión intencionada de la realidad.
Como queda explícito en la dedicatoria del libro, “A mi mujer Lorena, a mi hija Sofía y a todos los héroes de mi infancia”; eso no es una frase menor, ¿o acaso Troy Helguera no es un héroe ciudadano? Acaso no se lanzan Diego en la vida y Troy en sus novelas a emular al Quijote cuando dice “Son mis leyes, el desfazer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil.”
Agradezco haber leído El pedagogo y el caso del fin del mundo, porque lo disfruté y porque me acercó aún más a su autor, al que celebro ver con sus armas, poniendo en palabras, con huevos, con alma y vida, su sueño de empujar el mundo hacia un lugar mejor. Luis E. Rositto