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Esclavos

domingo, 1 de marzo de 2015 · 00:00

Abolida o disfrazada en nuevas formas, la esclavitud se filtra en los estratos sociales desde diferentes espacios que la generan distraídamente. El más analizado por los intelectuales preocupados por el fenómeno sea quizás el de los medios de comunicación. Hoy y desde hace varias décadas los medios de comunicación son los verdaderos dueños de un país. Ya no manejan los destinos de una nación sólo aquellos que poseen los medios de producción, (por suerte) sino aquellos que poseen además los medios de comunicación (por desgracia). Las increíbles, por sangrientas, carreras detrás del dinero han generado a lo largo de la historia la mutación de los caminos hacia el vil metal. Esas carreras han sido siempre despiadadas y sin reglas, colmadas de traiciones y de rupturas drásticas. La desesperada intención de poseer el poder ha llegado a estados máximos en el que la vida humana dentro de esa maraña de ansias de riquezas vale lo mismo que un céntimo. La mente invariablemente es captada por los medios gráficos, radiales o televisivos quienes se apropian de la voluntad de esos sujetos que infantilmente consumen lo que leen, escuchan y ven, sin prestar demasiada o ninguna atención a las infinitas cadenas de intereses económico-políticos que atraviesan los aparentemente inofensivos mensajes emitidos.

La distorsión es tal que por momentos una gran masa burguesa cree por ejemplo, que un presidente no puede estar en su cargo porque es lento en su accionar, porque es corrupto, porque es mujer, porque es popular, porque es mujeriego o porque es creyente, sólo porque estas características fueron incitadas desde un matutino de importancia. Es además tal el bombardeo de información, tal la cantidad de pseudoperiodistas pseudoindependientes que retuercen hasta la asfixia una idea desprendida de un hecho, sea delictivo, económico, político o sobre la farándula, que es imposible para la mente del espectador realizar un análisis propio, personal del hecho en cuestión. Todo a lo que pueda arribar ha estado marcado de antemano por los datos que formaron la información dirigida y sesgada o errónea que les ha sido ofrecida, puesta delante de sus ojos, instalada dentro de sus casas.

Son tiempos nuevos, relativamente nuevos, lo bueno: todos opinan, nadie se calla, todo puede ser dicho, y no hace 400 años, no hace 300, hace sólo 30, no se podía, no había libertad de expresión. Hoy que la hay, habría, que analizar un poco lo que nos llega como cierto, y por las dudas, preguntarle periódicamente a la abuelita cuál es su comida preferida, a ver si en lugar de milanesas un día nos dice ovejas.

Tirso

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